Supremo
Shogun (Comando Kamikaze) 3曲目 Epopeya
Japonesa en Universo Paralelo – Canto Tercero Antes de que, entre convulsos tics, se vayan
abriendo sus párpados, antes de que abiertamente hiera sus ojos el conjuntado
fulgor de elevadas antorchas, cálida corola que envuelve su completa
desnudez, siente el Supremo Shogún sus
doloridos miembros muellemente mecidos en un ondular calmo de naufragio tras
la tormenta, y aunque sufre su pecho la transversal presión de una
cilíndrica, horizontal solidez, sus brazos el extremo agarrotamiento de una
difícil, forzada postura, déjase llevar el resto de su cuerpo por un suave
balanceo, acompasado, casi lenitivo, hasta el amargo momento de la lucidez,
cuando su memoria va reconstruyendo todos los pasos que a ese mismo instante
le han conducido; el proceso del Combate en el Castillo Vikingo, la amarga
derrota, y la humillación, insoslayable prerrogativa del Vencedor: acuden a
su mente todavía un poco obnubilada por el aturdimiento imágenes que nunca
hubiera podido para Él imaginar, mucho más dolorosas aún para su espíritu que
los golpes de la terrible Maza Vikinga para su cuerpo, y así recuerda cómo el
Gran Vikingo, después de macerarlo con Su Maza contra la columna en la que lo
acorraló, descargó contra la mano que con la Maza previamente le había
inutilizado un golpe de Su Espada, y se la cortó: recuerda también que poco
después perdió el conocimiento, no tanto por el dolor físico – aquel
relámpago que atravesó su muñeca – sino por la impresión que le produjo la
visión de aquel muñón sangrante que ocupaba ahora el lugar donde un segundo
antes estaba su mano, además del estrago que el enemigo había producido entre
sus compañeros, todos ellos vencidos al fin por un implacable Vencedor: puede
decirse que la visión de su propia sangre, fluyendo junto a la de los hombres
que a esta carnicería Él había conducido, fue la que finalmente hizo que el
Supremo Shogún, el más fuerte y poderoso de los generales del Tenno, el más
vigoroso y valiente guerrero del Sol Naciente, que tanta sangre de sus
enemigos había derramado en el campo de batalla, se desvaneciera como una
damisela. Recuerda también - ¡cómo quisiera no recordarlo! – que de aquel
desvanecimiento le despertaron las sucesivas bofetadas que en su desvanecido
rostro una Mano Magnífica propinó: era la Mano que lo había derrotado, era la
Mano del Gran Vikingo La que lo abofeteaba para, al tiempo que lo humillaba
ante los suyos, hacerlo despertar a una dolorosa consciencia. Recuerda cómo
el Coloso, acuclillado ante Él, clavándole aquel azul helado de sus ojos en
lo más profundo de Su Ser, le sonrió burlonamente, contemplándolo con
curiosidad, con evidente interés, como un niño travieso contempla una especie
de juguete exótico que acaba de romper, y al sentir la hermosura cruel de
aquellos ojos que como un fiordo helado penetraban en Lo Más Profundo de Su
Ser, el Supremo Shogún se estremeció. Intentó, por un momento, anonadado,
apartar la mirada, pero después quedaron sus dilatadas pupilas como
hipnotizadas, y balbuceó: “Se … ppu …
ku …” Los largos dedos del Gran
Vikingo se deslizaron entonces, casi acariciantes, por su cabeza casi
completamente calva – la llevaba así por su propia voluntad pues desde
adolescente Le habían atraído las enseñanzas del Buda en las que un maestro
Le inició, y pese a su belicosidad nunca descartó el Supremo Shogún, en algún
momento, alcanzada la Pax Nipona en el mundo, en un monasterio ingresar – y
ahora al sentir el tacto en su mínimo cuero cabelludo de los dedos de esa
Mano que lo ha derrotado, el Supremo Shogún siente un escalofrío que se va
convirtiendo en un cosquilleo especial. Los dedos de Su Vencedor desprenden
entonces de su cráneo el blanco pañuelo en cuyo centro reluce, proyectando
rayos refulgentes, el luminoso astro que nace en Oriente y Aquí ha venido a
morir: está impregnada la prenda del sudor del Supremo Shogún, de su
destilado esfuerzo, de su extenuación, y el Gran Vikingo la contempla en Su
Mano por un momento, con esa curiosidad, antes de arrojarla, desdeñoso, sobre
el ensangrentado pavimento; parece cómo si estuviera examinando los despojos
que se quiere cobrar y haya llegado a la conclusión de que no es aquella
prenda algo digno de conservar. Reposiciona el Gran Vikingo con Sus Manos la
cabeza del Supremo Shogún, que se tiende a ladear, y la apoya contra el frío
mármol de la columna en cuyo pedestal su cuerpo, al desvanecerse, ha quedado
sentado, con los músculos macerados por la Maza colosal, con sus miembros
aflojados, con su brazo mutilado por la muñeca, sangrando por el muñón,
sacudido por espasmos que no puede controlar. Le desprende el Gran Vikingo
los pocos restos que aún quedaban en su cuerpo de la abollada, quebrada coraza,
los va arrojando a su vez, pieza tras pieza, al ensangrentado pavimento,
donde caen con metálico impacto; lo va desnudando … bajo el negro caparazón,
ya desprendido, aparece la pulpa pálida de su cuerpo musculado por años de
combates, pero que ahora muestra las purpúreas marcas de la Maza colosal que
lo quebrantó, que implacablemente lo ablandó: parece atraer la atención del
Gran Vikingo la ausencia de pilosidad en los pectorales y el estómago del
guerrero que ha derrotado, la aparente suavidad de la piel nacarada que hace
brillar el sudor, la protuberancia de los pequeños pezones, de un negro
satinado que contrasta con el resto de su corporal complexión. Las papilas
olfativas del blondo jayán aspiran el aroma que desprende el cuerpo del
guerrero nipón que acaba de derrotar: hay algo en la transpiración de este
hombre que le resulta extraño, como si el cuerpo del extranjero invasor
desprendiera unos efluvios que nunca hasta ahora tan de cerca hubiera podido
aspirar, pero no es para el Gran Vikingo desagradable este olor: al
contrario, Lo estimula, coloca Su Sexo aún más en Erección. Sus Manos
desprenden las piezas de la armadura en las piernas del guerrero que ha
Vencido: no tardan mucho en hacerlo, pues son pequeñas las piernas de estos
nipones, y el Supremo Shogún no es una excepción, aunque comprueba que es
recia en ellas la musculatura a pesar de que también han sido aflojadas con
los impactos en su cuerpo de la Maza Colosal. Son casi imberbes las postradas
piernas de este guerrero que un día ambicionó El Mundo para Su Tenno
conquistar: apenas un poco de vello suave en los muslos, pegado a la piel por
el sudor, y al desnudar sus pies comprueba el Gran Vikingo que son pequeños
también, proporcionados a las piernas, diríase que contorneados por un cincel;
podría decirse que son “unos bonitos pies” aunque aparece algún callo en
alguno de los dedos, y curtida la piel en las plantas por los años de
combativo ejercicio en los campos de batalla que este guerrero hasta ahora, ¡ay!, tan victoriosamente pisó. Sólo le queda al Gran
Vikingo despojar al Supremo Shogún de un pañuelo blanco que, a manera de
pequeña bufanda, lleva ceñido al cuello – impregnado también de su sudor – de
los restos de su desgarrada camisa, que le desprende de los hombros, y de la
prenda que cubre sus más privadas partes que, antes de desprender, contempla
con atención: a diferencia de los suspensorios de los soldados y oficiales
que han ido desnudando – blancos en los adolescentes, azules en los veteranos
– el “fundoshi” del Supremo Shogún es de un rojo aterciopelado, y al palparlo
puede el blondo jayán apreciar la suavidad de la púdica tela que tapa sus
masculinas partes, pero sobre todo aprecia que está empapada por algo que
sólo puede ser … orina … y sus fauces formidables se abren en socarrona
sonrisa al comprobar cómo La Acción de Su Cuerpo, de Su Maza y de Su Espada
Colosal han producido en este hombre, que hasta ahora mostraba tan feroz
semblante, en este guerrero aparentemente tan valiente y vigoroso, esa
involuntaria evacuación de su vejiga, aflojada también … y al comprobarlo Se
Empina Aún Más Su Erección. Con los largos dedos de Sus Manos formidables
desenrolla el Gran Vikingo la particular prenda en la comprimida cintura del
guerrero nipón y se la va aflojando sobre las caderas – tiene bien ceñido el
“fundoshi” el Supremo Shogún, se ve que “se bragó bien” para esta batalla final – y al desprenderla,
impregnada de su micción, descubre un pene de pequeña proporción y unas
pelotas de las que un hombre tampoco se podría en exceso vanagloriar: sonríe
con socarronería nuevamente el Gran Vikingo al apreciar las modestas
dimensiones de esa masculinidad; el Supremo Shogún tiene el pubis, como el
pelo de la cabeza, pulcramente rasurado, sólo una somera sombra aparece por
encima del reducido racimo genital: la polla aunque pequeña es gruesa y el
rosado capullo protubera en el extremo del tallo que envuelve el parco
prepucio, se aprecia aún en el orificio, como una destilada perla amarilla,
una gotita de orina que oscila con la indecisión de caer o no … los cojones
del Supremo Shogún, ya lo hemos comentado, tampoco son unos órganos que nos
puedan impresionar: parecen pequeñas ciruelas, un poco arrugadas y
comprimidas en la retracción de la bolsa escrotal … los ojos del Supremo
Shogún, desprendidos al fin de la mirada hipnótica de Su Vencedor, oscilan de
aquí para allá, con las pupilas muy dilatadas, manifestando en su mirada la
profundidad de Su Pavor: “Se … ppu … ku
…”, balbucean sus labios otra vez, su vista ansiosamente buscando por el
pavimento regado con Su Sangre y La de Los Suyos … Su Espada para morir con
dignidad: considera el Supremo Shogún que, perdida toda esperanza, es Lo
Único – y Lo Último – Que le queda por hacer; ha visto – creído, o querido
ver – que algunos de los veteranos lo han podido conseguir: al menos dos de
ellos yacen con sus cuerpos apoyados contra la pared y los vientres abiertos
– “¡quieran los dioses que haya sido
por sus propias manos y
espadas!” implora interiormente el
Supremo Shogún – con las
viscosas vísceras completamente
desparramadas en obsceno ovillo, calientes y aún palpitantes sobre las
extendidas piernas que para siempre han dejado de mover … las suyas en cambio
comienzan a moverse otra vez: un poco de vigor parece retornar a sus muslos y
desliza sus pies desnudos sobre la sangre que empapa el pavimento
intentándose incorporar, pero en ese momento siente la Presión de la Mano Que
Lo Ha Vencido apretar contra su calva cabeza hasta volverlo a sentar. El Gran
Vikingo tiene otros planes para Él – usamos esta mayúscula en el pronombre
personal porque aún se siente el Supremo Shogún pese a todo imbuido de Su
Alta Dignidad – y no Le va a permitir Tan Alto Honor: Le recoloca de nuevo la
cabeza contra el frío mármol de la columna donde lo acorraló y le concede
unos instantes para que con su vista compruebe los efectos que el
Contraataque Vikingo ha producido entre los miembros de Su Comando Kamikaze,
y entonces puede ver el Supremo Shogún con bastante claridad Lo Que Nunca Sus
Ojos Hubieran Querido Ver, y así va su vista entonces distinguiendo y
configurando los contornos corporales y los rostros de sus compañeros, de
estos hombres que Él ha traído a Su Perdición: algunos están vivos y parecen
aún enteros, de los otros en cambio – ¡ay, los más afortunados! – sólo quedan
ya sus cuerpos desmembrados, degollados o decapitados, desangrados tras
horrible agonía, sus brazos y sus piernas tajados por un Hacha Colosal,
arracimados en pequeños grupos sobre grandes charcos de sangre que empapa el
pavimento, irregular pirámide de carne que la muerte va enfriando,
entrelazados cuerpos exangües, extintos ya, aniquilados, patéticas cabezas de
ojos vacíos de visión reposan, inestables, sobre los nacarados pechos,
cercenados sexos resbalan, pegajosos de sangre, sobre los muslos, dejando un
agujero negrísimo y profundo, un vacío de masculinidad en la base del
vientre, tras la emasculación – las pollas y las pelotas de estos nipones
penden ahora de los dedos de los bárbaros que los han castrado, que se los
ponen a modo de pendientes en las orejas, riendo a carcajadas de esta última
humillación, pero quiere creer el Supremo Shogún que Sus Almas, desprendidas
al fin – como Su Sangre - de la Prisión de la Carne, Se Solazan ya en la
Eternidad de Un Sol Naciente Que Para Ellos Nunca Dejará de Brillar, por
mucho que contemple la carnicería: brazos, manos, piernas y pies
desensamblados que circundan, como exvotos, los troncos talados, la carne muy
roja, cortada, el blanco hueso cercenado, la médula que asoma en el muñón …
soberbias anatomías, pese a todo, en esta obscena, macabra exposición, flor
del músculo muerto, para la más dura lucha de la vida forjado, antes de
perecer, vivero ya del gusano, ¡ay!, que anida ya en él … otros malheridos,
¡vivos, ay, aún vivos!, lamentan su prolongada agonía, envidian a los
compañeros que, exhalando su último hálito vital, han dejado de sufrir, pues
mucho más insoportable es la vida que les han dejado que el infinito sueño de
la muerte, que no les termina de llegar, pese a las horribles mutilaciones
que el Hacha Colosal ha infligido a sus cuerpos, y lanzan cuando tienen la
fuerza suficiente para hacerlo lastimeros gemidos que suplican al Verdugo el
degüello, la decapitación … Cualquier Cosa Menos Este Horror … “Seppuku! Seppuku!”
suplican, como ha hecho Él Mismo, aunque con menos fuerza, ¡ay!, con menos
convicción: sólo una mano le ha cortado el Verdugo a Él, ¿deberá experimentar
más dolor para pedirlo con mucha mayor voluntad?, ¿se acobardará cuando
llegue el momento de mostrar Su Mayor Dignidad? … Siente el Supremo Shogún
cómo cálidas lágrimas resbalan por sus maceradas mejillas – sucesivamente
abofeteadas por la Mano del Gran Vikingo han quedado tumefactas, abotargadas
– pero sienten pese a todo – añadido al calor de los golpes - ese calor de
las lágrimas que sus ojos destilan; nunca ha sido el Supremo Shogún un hombre
que mostrara ante los otros emociones que pudieran denotar debilidad, pero no
puede evitarlo ahora, y no le importa que Su Vencedor, con mirada burlona,
con sonrisa socarrona, le vea llorar, llorar por los Suyos, por estos hombres
que inmolándose de esta manera le han demostrado Tanta Lealtad, Tanto Amor,
Amor al Tenno, por supuesto, Amor al Japón, pero también - ¡no lo duda! –
Amor a Él … abarca su melancólica mirada a los muertos, a los agonizantes, y
a los que como Él - ¡ay, salvo por su mano! – aún están enteros, aunque
quebrados, y aguardan Lo Peor Por Llegar: observa a sus dos más bravos
lugartenientes, aquellos que hicieron frente, tras los imprudentes
adolescentes, al Gran Vikingo, a los que Éste humillantemente quebró, allí
yacen también ellos, sabiamente seleccionados, como Él, por su mayor fuerza y
valentía, por su mayor destreza y resistencia en el combate, allí yacen,
sumidos en melancólico aturdimiento, amarrados a una columna de mármol, entrelazados
sus cuerpos por una urdimbre de gruesas sogas, espalda contra espalda,
semitumbados, parcialmente sentados en el pedestal, apoyando uno la cabeza en
la cabeza del otro, con abatimiento, con resignación, pero ansiosamente
esperando Lo Peor; están casi desnudos, como todos sus compañeros despojados
ya de sus corazas de acero azabache, pero llevan aún sus “fundoshis” azules
ceñidos a sus cinturas, y no se aprecia en sus cuerpos ninguna muestra de
mutilación: el Hacha Colosal no parece haber hincado Su Filo y tajado su
carne y su hueso aún; observa entonces el Supremo Shogún, desde su propia
columna donde permanece cautivo y controlado por el Gran Vikingo – que con Su
Sola Presencia Lo domina y no Lo necesita amarrar – Una Presencia que hasta
ahora no había podido advertir: si no fuera porque Sus largos cabellos y Su
barba no son blondos como los del guerrero grandioso que lo abatió, sino
blancos, se podría decir que esa figura formidable es un desdoblamiento de La
del Gran Vikingo que Lo custodia … son tan similares sus rasgos que en su
aturdimiento el Supremo Shogún no consigue por unos segundos al Uno del Otro
diferenciar: pero Éste, evidentemente, es un anciano, un Viejo Vikingo de una
estatura tan colosal como la de El Que Lo controla en su columna: la carne en
su cara aparece apergaminada y el color de su macilenta piel asemeja al de la
ceniza, el azul helado de sus ojos más apagado que el del Gran Vikingo pero
de una crueldad muy similar, si por un momento lo piensa puede el Supremo
Shogún llegar a la conclusión de que es Éste el Padre del Hijo que tras
derrotarLo se ha convertido en Su Guardián: son similares no sólo sus rasgos
y su estatura sino también sus ademanes, majestuosos, su manera de moverse,
Su Colosal Corporeidad … lleva el Viejo Vikingo Su Yelmo aún, Su Armadura de
cota de malla, pero sobre todo Su Hacha Colosal: Su Filo está manchado con la
sangre nipona que ha ido vertiendo, mutilación tras mutilación, tiene su
figura formidable algo de fantasmal, de espectro, de Enviado de la Muerte, si
no de personificación de La Misma Muerte … al igual que el Hijo ha hecho con
Él, supervisa el Viejo Vikingo a Sus cautivos, les hace inclinar las cabezas
mientras inspecciona las gruesas cuerdas con las que los ha amarrado, Sus
Manos manipulan sus cuerpos mientras termina de desprenderles las piezas de
las corazas en los pies, descalzándolos, y los despoja finalmente de sus
suspensorios, arrancándoselos de un tirón – sin aflojárselos previamente como
hizo el Hijo con Él – desgarrándoselos y desprendiéndoselos de las cinturas y
las caderas, descubriéndoles las pollas y las pelotas, mostrando en la
rapidez y facilidad con que lo hace La Fuerza de Su Mano … -
Fadir, Hva Vil Du A Gjore Dem?! “Padre, ¿Qué Quieres Hacer
con ellos?!” El Viejo Vikingo se
vuelve cuando escucha la pregunta del Hijo, y clavando sus ojos azules – un
poco más apagados - en los ojos azules que refulgentes los reflejan,
contesta: -
Drepe Dem I Kamp! El Hijo asiente con la cabeza
colosal, manifestando su aquiescencia
(su sometimiento, más bien) a la Voluntad del Padre: luchar Él Solo contra el
Supremo Shogún y sus dos más bravos lugartenientes en Una Lucha A Muerte
cuyas condiciones Sólo A Él Le corresponde determinar – ha dicho, en
realidad, “Luchar Con Ellos y Matarlos” como si no pudiera ser otra que esta
última la consecuencia de ese combate final; aturdidos aún por el impacto del
uno contra el otro con el que el Gran Vikingo los abatió, un rubor de
compartida vergüenza se extiende por los rostros de los dos lugartenientes del
Supremo Shogún cuando el Viejo Vikingo les arranca las prendas que mantenían
cubiertas sus privadas partes; sus ojos oscilan alternativamente entre el
Padre Que los está custodiando – que mantiene aún en Una de Sus Manos el
Hacha Colosal – y el Hijo que custodia en la columna de enfrente a Su
Comandante, como ellos desnudo, como ellos derrotado, como ellos esperando
con angustia Su Destino Final, saber De Qué Manera van a morir, saber De Qué
Manera Estos Hombres, Tan Superiores a ellos, van a proceder a Su
Aniquilación: no es por tanto la misma muerte en sí – con la que cuentan – Lo
Que los llena de horror, sino la incertidumbre de ignorar De Qué Manera,
exactamente, van a morir … es Eso Lo Que, ahora, les infunde pavor, y la
intuición de que el Hacha Colosal va a ser instrumento principal de Su
Aniquilación: temen el momento en que Ese Filo Formidable penetre – ¡tajante!
– en sus carnes, seccionando músculo, hueso, cartílago, tendón, ¡temen Ese
Insoportable Dolor, Que hará tan deseable para ellos la misma muerte! Miran con espanto al Hacha Colosal que ha
talado los miembros de sus compañeros, Que aún lleva en Su Filo Su Sangre,
pero Que aún no está saciada, ¡Que está sedienta, aún, de Más! Hace estremecerse sus abatidos cuerpos, con
angustia, la anticipación de la emasculación: que sean castrados sus
cadáveres es una posibilidad que no les preocupa, pues quieren creer que, en
ese momento, Sus Almas estarán ya en ascenso hacia Algún Lugar Donde Un Sol
Permanentemente Naciente Las Abrace por haber sido, en esta vida cruel,
crueles Servidores de Su Emperador; pero que un puñal vikingo los emascule -
¡en vivo! – es Algo para Lo Que nunca han sido preparados estos arrogantes
guerreros de la Nipona Nación: han podido presenciar, ¡ay, para su horror!,
Cómo Lo Hacen, Cómo han castrado a sus compañeros, Estos bárbaros
formidables, Estos hombres de Una Estirpe – tienen que reconocerlo
finalmente, muy a su pesar – Muy Superior, y NO ES solamente una castración, es … ¡AY! … Una Vivisección. De una estatura similar a la de
Su Comandante, estos dos bravos lugartenientes del Ejército Imperial Nipón
han dejado atrás ya, sumidos en este abatimiento, derrotados, la mayor parte
de su bravura, se han vaciado, al ser vencidos, de casi todo su valor: su
completa desnudez les confiere además una sensación de extrema
vulnerabilidad, que termina predominando sobre la vergüenza inicial, y ya no
les importa tanto la impúdica exposición ante Estos Hombres y ante ellos
mismos de sus pollas y sus pelotas, sino El Dolor que en esas hasta ahora
privadas partes de sus cuerpos se les pueda infligir; como el Supremo Shogún
son igualmente corpulentos sus lugartenientes, muestra el contorneado músculo
bien visible aún su vigor, aunque exhiben un poco más de pilosidad en la
piel: en los pectorales, en el vientre, en las piernas … un vello sedoso que
el sudor apelmaza en la pálida piel … sus vergas no son voluminosas, ni sus
cojones copiosos, pero al menos uno de ellos parece estar mejor dotado que Su
Supremo Shogún; a diferencia del Comandante, en cambio, ninguno de los dos
parece haber practicado, como parte de sus abluciones, la púbica depilación:
es posible que lo hayan hecho, como parte de otros privados protocolos, en
los periodos de paz en su país, o como profiláctica prevención en la guerra para
evitar los parásitos cuando procedían a la violación, pero desde que llegaron
a Estas Tierras Que En Su Tumba Se Van a Convertir no han encontrado estos
samuráis Ni Un Momento de Paz: mientras el Supremo Shogún, pese a todo,
encontraba algún momento de intimidad para – por sus piadosas inclinaciones –
afeitarse el cráneo y sus privadas partes, Sus Samuráis no consideraron esta
práctica prioritaria, ni relevante, y así dejaron sus cabellos en las cabezas
crecer, y en sus pollas y en sus pelotas dejaron el vello sin afeitar … ¿y en
cuánto a las liendres? … bueno, podemos decir que, desde que llegaron a Estas
Tierras Que En Su Tumba Se Van a Convertir, estos bravos guerreros, estos
violadores que han dejado la Nipona Semilla en los vientres de mil mujeres extranjeras,
no han podido Ni A Una Mujer Vikinga violar … los que lo intentaron, lo
pagaron muy caro, con su piel, con sus pollas, con sus pelotas … A Manos de
Mujer. Es esa, empero, otra historia, en la que aquí no nos vamos ahora a
detener. Procedamos, pues … Una Mano Magnífica del Viejo
Vikingo es suficiente para incorporar, agarrándolos por las cuerdas que los
amarran, a los dos más bravos lugartenientes del Supremo Shogún: les ha
despojado de toda su indumentaria, menos de los pañuelos blancos con el rojo
Sol Naciente en su centro lanzando sus
rayos refulgentes, que no les ha querido desprender de sus cabezas, de
tal manera que es la única prenda que siguen portando en su desnudez; ha
decidido el Viejo Vikingo que los lleven así, estos pañuelos, ceñidos a sus
sienes, hasta El Final: intuye algún tipo de Símbolo en estas prendas, algo
especialmente significativo para estos samuráis, y por eso no los quiere de
ellas despojar … agarrándolos por un nudo de la soga que entrelaza sus
amarrados brazos, la Mano Magnífica del Viejo Vikingo, tras incorporarlos,
los mantiene de pie: aunque aprecia la corpulencia de los cautivos, sus
adheridos pesos apenas significan nada para Él, sus cabezas apenas le
alcanzan a la altura de Su estómago, por eso son para Él de alguna manera
como dos marionetas que puede con facilidad manipular; aprecia en sus
espaldas las perlas de sudor que transpiran los poros de su pálida piel, que
descienden en pequeños regueros por la espina dorsal hasta concentrarse en el
coxis, que se introducen parcialmente entre sus nacaradas nalgas,
humedeciéndoles un poco más sus culos, convexos, carnosos .. SÍ, el Viejo
Vikingo concentra por un momento su mirada en los culos desnudos de estos dos
hombres: son corpulentos, consonantes con sus cuerpos, estos culos también,
puede apreciarse igualmente en ellos esa dureza, ese vigor, pero al mismo
tiempo esa suavidad de la nacarada piel, esa casi completa ausencia de
pilosidad, esa palidez perlada por el segregado sudor … extrayendo un puñal
de una funda de Su cinturón el Viejo Vikingo corta las cuerdas que amarran a
sus espaldas los brazos de los dos lugartenientes del Supremo Shogún y,
aunque algo agarrotados y entumecidos por la fuerte presión de las ataduras,
se los deja liberados para que puedan de nuevo volverlos a usar: los dos
desnudos guerreros se miran el uno al otro, con incredulidad, como
sorprendidos por esta decisión del Que ya por la similitud de sus rasgos
identifican como el Padre del Gran Vikingo Que los capturó, y por un momento
se enciende en sus corazones – acelerados – la débil llama de una vana
esperanza de redención: ¿van a ser liberados por Sus Captores, utilizados
como moneda de cambio para algún tipo de negociación con los oficiales que se
atrevan a tomar el mando, después de esta desastrosa incursión, en el
Ejército Nipón, sustraídos sus cuerpos al Horror de la Mutilación por El
Hacha Colosal, sustraídos sus sexos al Horror de la Emasculación Que, mucho
más que una castración, es Una Vivisección?
Los dos lugartenientes del Supremo Shogún sienten amortiguada la
fuerza en sus piernas desde que fueran derribados por el impacto de sus
propios cuerpos por el golpe propulsado por Su Captor, y aunque se mantienen
de pie las sienten un poco temblar, sus melancólicas miradas se encuentran y apenas
pueden ocultar sus ojos que sienten los dos la desesperación, la humillación,
la ansiedad ante Lo Que Está Por Venir, la premonición del Horror … se
desplazan sus miradas hacia el lugar donde se encuentra – custodiado por el
Gran Vikingo – Su Supremo Shogún, como si quisieran de Él una instrucción
recibir sobre Lo Que Deben Hacer, pero sólo encuentran a un hombre como ellos
completamente desnudo, sumido en un aletargado abatimiento, sentado con las
piernas abiertas y aflojadas en el pedestal de una columna en la que apoya su
cuerpo corpulento pero se diría que quebrado por dentro como consecuencia de
los golpes implacables de La Maza Colosal; al sentir sus miradas el Supremo
Shogún no se atreve a mirarlos a su vez: aparta avergonzado sus ojos para no sentir
en su corazón algún tipo de reprobación de Sus Samuráis por haberlos
conducido a este Desastroso Final, a Este Horror por cuya responsabilidad no
puede ni siquiera someterse al “seppuku” del que Sus Crueles Captores Lo
quieren privar para ser Ellos Los Que Decidan por Él. Se dan cuenta también los dos
lugartenientes de la mutilación de la mano en uno de los brazos de Su Supremo
Shogún: la pérdida de sangre va debilitando cada vez más al mutilado, que va
sumiéndose en un amodorramiento que podría con el tiempo convertirse en
mortal; al advertirlo, el Gran Vikingo intercambia unas palabras con Su
Padre: parece que Le está haciendo ver la debilidad en la que se encuentra el
hombre que ha mutilado, cuya mano ha desprendido con un golpe certero de Su
Espada Colosal, cómo en este estado no se encuentra en condiciones de luchar
nuevamente, cómo la pérdida de sangre le está haciendo empalidecer cada vez
más; el Viejo Vikingo desestima esta objeción con un gruñido y le grita a Su
Hijo: -
Varmt Jern!! El blondo jayán mira a Su
Padre y parece al instante la Orden comprender: da instrucción a uno de Sus
Vikingos para que Le traiga una de las barras de hierro que cuelgan de un
anaquel metálico adherido a la pared; el guerrero se la entrega y el Gran
Vikingo se acerca hasta un brasero de bronce en el que aviva – removiendo las
cenizas con el extremo más grueso de la barra – los últimos rescoldos de unas
brasas que se iban apagando: mantiene ese extremo introducido entre las
reavivadas brasas hasta que se vuelve hierro candente y entonces, encendido,
lo muestra por un momento al Supremo Shogún … el Comandante de los Kamikazes
abre mucho los ojos y la boca – con casi cómica expresión de teatro “kabuki”
– al ver el extremo encendido de la barra de hierro y comprender, de alguna
manera, Lo Que viene a continuación … balbucea incoherencias mientras intenta
incorporarse para escapar a Ningún Lugar cuando ve acercarse a Su Vencedor
blandiendo la barra de hierro con el protuberante extremo encendido al rojo
vivo, intenta huir … el blondo jayán lo detiene al instante apretándole de
nuevo la calva cabeza con Su Mano contra la columna de mármol donde lo
mantiene acorralado, le da contra ella un pequeño coscorrón, le agarra
después por el bíceps el brazo en el que le ha mutilado la muñeca y le
levanta un poco el antebrazo para aplicarle el hierro candente en el muñón … -
Ie … Ie … Ie …
AAAAAIIIIIIIIIIEEEEEEEEEEEEEE … AAAAAIIIIIIEEEEEEEEE …
AIIIIIIIIIIIIIIIIIEEEEEEEEEEE … AIIIIIIIIIIIIIIEEEEEEEEEE … AAAIIIEEE … AIIE
… AIIEE … Todo su cuerpo comienza a
convulsionarse cuando la encendida protuberancia de la barra de hierro
candente presiona contra la carne cruda en el muñón: un infierno de fuego se
concentra en ese espacio en el que antes se ensamblara su mano y es ahora
músculo, hueso, tendón sanguinolento que el hierro candente comienza a
cauterizar, un olor a carne quemada se esparce por la estancia al mismo
tiempo que Sus Aullidos de Dolor, el rojo de la sangre se va convirtiendo en
negro alquitrán a medida que Su Vencedor va procediendo a la aplicación: una
… dos … tres … cuatro … hasta cinco veces el extremo encendido de la barra
presiona en distintos puntos del muñon del mutilado hasta que El Hombre Que
La Blande se asegura de que la herida ha quedado completamente cauterizada y
la hemorragia interrumpida para siempre por el hierro candente en ella
aplicado … completamente sobrepasado por Un Dolor que Nunca Antes había
experimentado – que se extiende desde las terminaciones nerviosas de la carne
cruda del muñón marcado a fuego, alcanzando cada una de las partes de Su
Cuerpo – el Supremo Shogún vuelve a perder la consciencia … su mente se
disuelve en los vapores de una venturosa insensibilidad después del Horror de
Ser Marcado A Fuego Como Un Animal … Sonríe otra vez con socarronería Su
Vencedor: “¿Y Éste es?” – parece
preguntarse – “El Hombre Que Ha
Comandado La Conquista de Un
Imperio? ¿Éste es El Hombre Que Nos Ha
Querido Destruir? Uno Sólo de Nuestros Bueyes Resiste Mejor el Hierro Candente Que Él … ¿Éste
Es, entonces, El Hombre Más Fuerte y Valiente del Imperio Nipón? … ¿No Nos
Tiene Nada Mejor Que Ofrecer Su Emperador?” El Gran Vikingo se vuelve hacia Su Padre
abriendo los brazos – sostiene en uno de ellos aún la barra de hierro
candente que expele un humo blanco por el protuberante extremo con el que ha
cauterizado la carne del muñón de Su Cautivo – y con su sonrisa socarrona
parece decirle: “¡Ya lo ves, se ha desmayado!
¡No es digno de luchar Contigo, Padre!
Se desmayó antes, también,
cuando le corté la mano, se meó encima,
y ahora, ya lo ves, se ha vuelto a desmayar. Será mejor que luches con esos dos: Éste déjamelo a Mí.” El Viejo Vikingo mira con desprecio al
Supremo Shogún que yace otra vez completamente
inconsciente en el suelo - ¡más
inconsciente aún que la primera vez! – con las pequeñas piernas muy abiertas
mostrando sus pequeñas vergüenzas y la rasurada cabeza apoyada en el pedestal
de la columna de mármol: sus ojos siguen muy abiertos también, casi
completamente blancos, sobresalientes, como si hubieran querido salírsele de
las órbitas, como dos pequeños huevos que se hubieran empezado a cocer, con
las pupilas perdidas en Un Vacío del Que – si estuviera consciente – desearía
Nunca Jamás regresar … del ennegrecido muñón sale también un humo de carne
abrasada que esparce su aroma por el salón y al olfatearlo siente el Viejo
Vikingo que no es ese olor muy distinto al de los jabalíes que en sus cocinas
los cocineros ahúman sobre lecho de brasas para las cenas de toda Su Vikinga
Comunidad … olfatea el Viejo Vikingo ese olor, y Se dice que no huele mal esa
carne a la brasa, y contemplando los muslos macizos y los culos corpulentos
de estos guerreros de pequeña estatura pero cuya carne parece de excelente
calidad Le viene a la mente la Idea de canibalizar al menos a los más
vigorosos de estos guerreros que Esta Noche Han Llegado Aquí A Su Final … El
Viejo Vikingo asiente, severamente, ante Su Hijo: Le dejará al Supremo Shogún para Él y se contentará Él – A Su Vez – con
proceder a la matanza de los lugartenientes, que aún están enteros, aunque
magullados, y tras presenciar Lo Que Ha Sucedido con Su Supremo Shogún
miran temerosos a Este Anciano Que
como Su Verdugo vislumbran ya … |