La muerte de Goliat

IV

 

 

En el lecho de estos adolescentes huele a cabra, carnero, cabrón y oveja: entre estos aromas Jonatán, hijo de Saúl, rey de Israel y de Judá y David, el menor de los hijos de Jesé, el de Belén, y como su padre un simple pastor, viven su adolescente pasión. Los dedos de Jonatán se deslizan, enredándose, entre los irredentos rizos del hijo de Jesé, su amante aldeano, el muchacho que pastorea su corazón. Al sentir el contacto, David frunce la pecosa nariz de pequeño sátiro, sacude la cabeza, abre sus ojos de miel y mira, con una maliciosa sonrisa, de niño travieso, a Jonatán, diciéndole:

-            ¿No has tenido bastante, eh?  Quieres que te vuelva a envergar …

-            Sabes que me duele mucho, David, la tienes tan grande, no estoy acostumbrado aún, me hace mal …

-            Entonces, ¿para qué me despiertas?  Es de noche aún, no ha cantado el gallo todavía, déjame dormir, o déjate follar …

-            Quiero besarte, David, quiero probar, de nuevo, la pulpa de tus labios, el sabor de tu boca …

 David suelta una carcajada rijosa, después, finge fastidio, y responde a Jonatán:

-            ¡Joder, ya sabes que mi boca huele a ajo, Jonatán!

-            Y tú sabes que no me importa, pastor de mi corazón, el ajo que desprende tu aliento es un delicioso néctar que quiero probar …

-            Ja, ja, ja, pues entonces, pruébalo ya, príncipe de Israel y de Judá, pero con una condición, y es que, después de probarlo, voy a volverte a envergar …

 Se unen, entonces, de nuevo, las bocas de David y Jonatán, sus lenguas se entrelazan, sus salivas se vuelven a mezclar, sus acelerados alientos se vuelven jadeos, y en el paroxismo de su pasión, el pastor muerde un labio del hijo del rey de Israel y de Judá:

-            ¡Ay, me has mordido!  ¿Por qué muerdes, David?  Mira, me has partido el labio, ¡joder! …

-            Ja, ja, ja … quiero probar un poco de tu sangre real … mmm … me gusta cómo sabe, qué rica que está …

 David saca la lengua y muestra en su punta la sangre que ha lamido, después de morderlo, del labio de Jonatán, entonces la lleva hacia dentro y saborea ese néctar en el velo del paladar:

 

-            Mmm … qué bien sabe … ya puedo decir que he probado la sangre del hijo de un rey … ya puedo decir que he envergado el culo de un príncipe real …

-            No me hace gracia, David, tú sabes cómo te quiero, y a veces, cuando me haces daño, pienso que tú no me quieres igual …

-            Ja, ja, ja … no seas tonto, Jonatán, claro que te quiero, pero ahora, si tanto me quieres, date la vuelta, voy a volverte a envergar …

 El príncipe heredero, el hijo de Saúl, rey de Israel y de Judá, se da entonces la vuelta sobre la piel de carnero que constituye el lecho en la choza de adobe de este humilde pastor, este muchacho sobre el que ya está brillando la Estrella de Yahvé, la que muy pronto, para la historia sagrada de los hijos de Abraham, Judá, Rubén, Gad, Aser, Neftalí, Manasés, Simeón, Leví, Isacar, Zabulón, José y Benjamín … reluciente brillará en el cielo de Israel …

-            Aaaaaahhhh … ¡me haces daño, joder! … más despacio, David, más despacio, no sabes cuánto me duele, me vas a partir por dentro, me vas a romper …

-            Ssshhh … no grites, vas a despertar al gallo, y antes de la amanecida va a cantar, despertará a alguien en la aldea, puede pasar por aquí, y nos descubrirá … así que, muérdete el labio, y cállate … 

-            Aaaaahhh … aaaahhh … aaahh … aahh … aah … ah … ah …

 

 La verga de David – desconfiad del micropene que un genio del Renacimiento inmortalizó – no es la de un caballo pero tampoco la de un chimpancé: insertada, hasta los huevos, en el culo de Jonatán, produce al príncipe intenso dolor; las nalgas oliváceas del hijo de Saúl se contraen, temblando, ante la introducción. El pastor ha follado al príncipe varias veces, ya, pero el agujero del culo de Jonatán, muy comprimido, no termina de dilatar, la ansiedad anticipatoria del dolor de la penetración hace que el príncipe no se relaje, incrementándolo así, sin remisión. El pastor, por su parte, sólo quiere gozar, y el dolor que produce a su amante es parte importante de ese placer, no lo intenta disimular …

-            Me gusta hacerte mío, Jonatán, me gusta envergarte, y espermarte, hijo de Saúl, rey de Israel y de Judá, como si fueras una mujer, como si en tu seno un hijo pudiera engendrar …

-            ¡Cállate, David, mira que Yahvé, el Rey del Cielo, nos va a castigar, y a la Gehenna, para toda la eternidad, nos va a condenar! …

-            Ja, ja, ja … qué equivocado estás, Jonatán, pues Yahvé, el Rey del Cielo, me ha elegido para, muy pronto, Israel y Judá gobernar …

-            No blasfemes, David, ni cometas traición contra mí, y contra mi padre Saúl, rey de Israel y de Judá … ¡ay, ay … aahh … ah … ah! …

 David se corre, y esperma, una vez más, las entrañas de Jonatán; el líquido de su semen fluye, caliente, en el interior del príncipe heredero de Israel y de Judá, las nalgas oliváceas de Jonatán, temblando, se contraen, instintivas, como si no quisieran dejar ese esperma escapar, y a pesar del dolor el joven se siente feliz, satisfecho, porque David, su amante, lo haya poseído, envergándolo, espermándolo, una vez más …

 Tras este nuevo orgasmo, poco antes del amanecer, David parece más relajado, más propicio a las caricias de su amante, a la delicia de unos besos en los que fluyen, mezcladas, saliva y sangre, mientras las bocas adolescentes, fundidas, la pulpa de sus labios en una sola pulpa convertida, saborean, simbióticamente sometidas, la fruta prohibida, pero varias veces ya mordida, de su adolescente pasión …

 Jonatán también se ha corrido, también ha espermado, en la lana del lecho, a pesar del dolor, tan sólo sintiendo la verga de David en su seno palpitar, en su vientre espermar, tan sólo sintiendo, en sus entrañas, el fuego desatado de su fogoso pastor, y ahora acaricia el pecho de su amante, de este muchacho feroz, el menor de los hijos de Jesé, el de Belén, del que el libro sagrado de las doce tribus de Israel y de Judá dirá que su estirpe estaba predestinada – por Yahvé, Rey del Cielo – para un día, en el vientre de una virgen, un Mesías engendrar:

-            Mmmm … me gustas así, David, cuando estás relajado, cuando me dejas de tu cuerpo gozar, cuando permites que mis manos sus planicies, sus laderas, sus montículos recorran, cuando después del dolor, el contacto de tu piel hace mi piel estremecer, cuando te entregas, tranquilamente, al beso, cuando me besas despacio, cuando me haces y te dejas hacer el amor … pero pronto, cuando cante la alondra, que anuncia el amanecer, rápido te marcharás, a pastorear tu rebaño, como pastor que eres, hijo de pastor … ¿oyes, amado mío, a la alondra cantar? …

-            Ja, ja, ja … no es la alondra, Jonatán, tampoco el ruiseñor, es el canto insolente de ese maldito gallo el que nos iba a despertar, que cada vez, avechucha insomne, se adelanta más … y sí, me tengo que marchar, y tú antes que yo, o alguien de la aldea te podría denunciar, sin saber que eres, y mejor para ti que no lo sepa, el hijo de Saúl, rey de Israel y de Judá … déjame que salga yo primero, para el terreno explorar, y cuando yo te silbe, sal entre las sombras … y mañana, entre las sombras, vuelve a regresar …  

 Jonatán se va vistiendo, mientras David, cubierto ya con sus pieles de pastor, explora alrededor: sus ojos de felino, del color de la miel, no dejan un solo rincón entre las rocas por escudriñar, y cuando está seguro de que el terreno está despejado, contrae los labios y deja, entre ellos, un silbido escapar … el joven príncipe sale de la choza de adobe de su amado pastor, vestido con su uniforme de oficial del ejército de Israel y de Judá, y lanzando una mirada apenas a su David, entre las sombras que comienzan a disolverse se comienza a alejar …

 

 El cilindro de cuero va abandonando, poco a poco, el cuerpo de Jerahmeel, pero arrastra en su evacuación filamentos de la desgarrada mucosa rectal, y sale cubierto de sangre y materia fecal: los ojos del príncipe heredero de Israel y de Judá, muy abiertos, como hipnotizados, contemplan la extracción de estos casi cuarenta centímetros de cuero que han perforado, por inmunda parte, el cuerpo del heraldo real. Los dedos expertos de Oriel, el médico militar, cubiertos por los guantes que utiliza para operar, tiran poco a poco del objeto invasor, con cuidado, procurando no causar un daño adicional en el culo estragado de Jerahmeel, que a veces, durante el proceso, suelta alaridos de dolor.

 Nada más llegar al campamento de las acampadas tropas de Israel y de Judá, Jonatán recibe la noticia de que Jerahmeel, el heraldo enviado por su padre al campamento de los ejércitos de la Confederación de Ascalón, Asdod, Ecrón, Gaza, Gat … ha sido brutalizado por el Gran Goliat. Sus oficiales le informan de que el malhadado heraldo ha sufrido por su parte posterior la antinatural introducción de un objeto contundente de considerable longitud y grosor …

-            “¿Lo han empalado?” – pregunta el príncipe, con visible excitación.

-            “Se puede decir que sí, Mi Señor,” – responde con un susurro, de un suspiro seguido, Kohath, uno de los auxiliares de Jerahmeel.

-            “¿Cómo fue?  Cuéntame …”  interpela Jonatán.

 Kohath baja los ojos, con triste semblante, como si no pudiera soportar, durante su relato, la mirada penetrante de este muchacho, de este príncipe real, de este hijo de Su Señor Saúl, rey de Israel y de Judá. Mientras lo escucha, Jonatán siente la rabia, la indignación ante el ultraje infligido, a todos ellos, en la carne de este emisario enviado en empresa de paz, pero también su verga empalmarse bajo el uniforme de oficial …

 Tras la consumación del estupro, escoltado por sus auxiliares – Kohath, a su derecha, a su izquierda Labam – Jerahmeel cabalga inconsciente su caballo enjaezado con la enseña real … el colosal cilindro – lo recordamos – en su cuerpo insertado mantiene el tronco erguido, sobre la montura, en verticalidad. A sus flancos, un poco retrasados tras él, como corresponde al protocolo de su función auxiliar, Kohath y Labam pueden ver el camisón desgarrado por el cuchillo del edecán, el carnoso culo al descubierto de Jerahmeel, entre las globulares nalgas, muy abiertas, el inferior extremo del cilindro colosal, rodeado por manchas de sangre y materia fecal. Mientras cabalgan, los auxiliares inclinan, abatidas, sus cabezas, y a veces algún sollozo se puede escuchar: Kohath y Labam, veteranos funcionarios, casi ancianos ya, leales servidores de la Casa Real de Israel y Judá, nunca han tenido un jefe más amable que Jerahmeel, este heraldo real, y por eso lamentan el cruel destino de su joven señor, de esta manera estuprado, sin remisión. Mientras cabalgan, con un trote despacioso, que controla con una extensión de sus propias riendas desde su caballo Kohath, para evitar un daño aún mayor a su señor, en dirección al campamento de las tropas de Israel y Judá, las pupilas de los ojos de Jerahmeel no miran al frente, como sería de esperar en circunstancia normal, sino que, desplazadas en cada globo ocular, parecen buscar en el cielo la compasión de un dios impasible, su cara cenicienta no recobra el color, y en verdad, a no ser por la oscilación de su pecho en agónico inspirar y expirar, casi ante la presencia de un cadáver cabalgando nos diríamos encontrar. Con cada paso de la cabalgadura, por despacioso que sea, la cúpula del cilindro de cuero, encapsulado en su cuerpo, presiona el estómago, el páncreas, el hígado, la vesícula biliar de Jerahmeel … su boca se abre y se cierra como la de un pez que, fuera de su natural elemento, por un soplo de vida procura pugnar … los esfuerzos del emisario son, sin embargo, instintivos, inconscientes, pues durante todo el trayecto el oxígeno no alcanza su cerebro para que Jerahmeel lo pueda lamentar … Kohath y Labam temen que su señor no llegue vivo al campamento de las tropas de Israel y Judá, pero finalmente lo hace y la visión que ofrece, cabalgando de esta forma entre las tiendas de los soldados, casi desnudo, zombificado, con el culo al aire, desvelado, por un objeto de colosal contundencia enculado, es algo que estos guerreros, acostumbrados a todas las crueldades de la guerra, nunca hubieran esperado contemplar en un emisario enviado al enemigo en empresa de paz. Jerahmeel, un diplomático, una paloma, no un halcón, ha sido brutalizado por el brutal Goliat, y es afrenta que el coloso en nombre propio, o de toda la Confederación de Ascalón, Asdod, Ecrón, Gaza, Gat … a los hijos de Abraham, Judá, Rubén, Gad, Aser, Neftalí, Manasés, Simeón, Leví, Isacar, Zabulón, José y Benjamín … parece lanzar.

 Mientras es descabalgado, con cuidado para evitarle en lo posible un daño adicional, después de desatar las cuerdas que al caballo lo mantenían atado, pero innecesarias para en verticalidad tenerlo enderezado, Jerahmeel va recobrando, poco a poco, si no la completa consciencia, al menos lo más elemental de sus sentidos: en especial, el dolor. El estuprado emisario grita al sentir la presión en las terminaciones nerviosas de los descosidos de sus vísceras y un poco de sangre afluir de nuevo a su cerebro. Sigue gimiendo mientras es trasladado en unas angarillas hacia la tienda de Oriel, el médico militar, que lo recibe mientras va preparando el material de emergencia para tratarlo …

-            Tumbadlo sobre ese lecho, boca abajo …

 Los soldados colocan a Jerahmeel, como Oriel les ha dicho, y después salen de la tienda, cuando el médico les dice:

-            Dejadme a solas con él …

 Oriel es un médico militar veterano, experimentado; a lo largo de sus años de prolongada profesión ha tratado a muchos hombres heridos en el campo de batalla: como cirujano, ha reintroducido vísceras salientes en los acuchillados, ha cosido con puntos de sutura la carne abierta de los apuñalados, ha cauterizado muñones en brazos y piernas de los mutilados, o él mismo ha mutilado miembros para la cauterización de heridas gangrenadas … es conocedor de que, en bastantes ocasiones, los soldados derrotados, tanto en las filas propias como en las de los enemigos – pero especialmente entre los combatientes de la Confederación de Ascalón, Asdod, Ecrón, Gaza, Gat … - son sometidos a violencia sexual como forma de extrema humillación, y así son violados, castrados, antes de ser ejecutados, o si sobreviven, sexualmente esclavizados …  es la primera vez, no obstante, que se le entrega a un hombre que haya sido de esta manera brutalizado … Jerahmeel gime mientras yace boca abajo en el lecho de lana de la tienda de campaña del médico militar: boquea como un escualo extraído de su elemento natural, como una ballena arponeada por la parte posterior, casi resoplando, casi apurando unas últimas fuerzas antes de la extenuación: Oriel examina el extremo de los casi cuarenta centímetros de cuero introducidos entre las nalgas nacaradas de Jerahmeel y – lo primero es lo primero – se coloca los guantes de piel de cabritilla para proteger sus manos de la inmunda materia que sin duda del estuprado culo del emisario con el cilindro sus dedos extraerán. Oriel no le habla a su paciente, no le pregunta, no lo tranquiliza, ni lo consuela, aunque intuye que la consciencia está empezando a recuperar: sabe muy bien que al dolor corporal de este hombre se une un dolor aún mayor: el de la vergüenza, el de la conciencia de la humillación, un dolor del alma que a él, pragmático practicante, no le corresponde curar … coloca una mano en un hombro de Jerahmeel y tirando hacia él lo va colocando de costado, en posición lateral: de esta manera le es más fácil desgarrarle el camisón, despojarlo de él, desnudarlo definitivamente …

-            ¿Lo han traído ya, Oriel? …

 El médico militar vuelve la vista y sus ojos se encuentran con los ojos de Jonatán: son hermosos, en verdad, los ojos negros de este muchacho, de este príncipe real … Oriel se da cuenta – lo ha notado, también, otras veces, en este mismo lugar – que brillan con una intensidad especial …

-            Sí, Mi Señor, aquí está …

 Jonatán se aproxima y examina el cuerpo desnudo de este nuevo paciente del Doctor Oriel …

-            Oh, pobre Jerahmeel … te han jodido bien …

 Jonatán, hijo de Saúl, rey de Israel y de Judá, gusta de acompañar a sus guerreros cuando, malheridos, son traídos a esta tienda para ser tratados por el médico militar: sus soldados se sienten halagados, honrados, agradecidos, acompañados … cuando el joven príncipe los consuela en su lecho del dolor, ignorantes tal vez, en su aturdimiento, del secreto deleite que el muchacho destila de la contemplación de sus cuerpos desnudos, musculosos, sudorosos, mientras sus mandíbulas muerden hierbas analgésicas para hacer un poco menos traumático el momento de la mutilación, del desprendimiento del miembro gangrenado, de la cauterización del muñón … Jonatán se deleita – disfrazando su deleite de principesca preocupación – en la visión de sus vientres acuchillados, de las vísceras palpitantes que asoman entre la carne que el puñal ha apuñalado, la espada ha traspasado, la lanza ha perforado … a veces, incluso, el médico militar ha tenido que completar, en la masculinidad de estos machos, la labor que puñal, espada, o lanza no pudieron completar: el daño del golpe a los genitales tan determinante, que Oriel los ha tenido que terminar de castrar, cauterizando la herida después, por supuesto, como un muñón más … en todas esas circunstancias, incluyendo las más espantables, esos hombres que aullaban su dolor, que mordían hierbas analgésicas para hacer un poco menos traumático el momento de la mutilación … agradecían el acompañamiento de su príncipe en su penalidad … sin saber lo que en la mente del muchacho ser testigo de su trauma podía provocar …

-            Oh, pobre Jerahmeel … con cilindro de cuero te han enculado …  

 El malhadado heraldo mira, mesmerizado, a su joven Señor … agradece su acompañamiento con una débil sonrisa, pero la consciencia de su desnudez, de los casi cuarenta centímetros de cuero que por el agujero del culo en su cuerpo le han encajado, deja un poso de pétalos de rosa en la palidez de sus pómulos … el médico militar ha extendido un púdico paño sobre el pito y las pelotas de Jerahmeel, pero al instante, irritado, Jonatán lo desprende, destapándoselos, otra vez … siempre hace lo mismo, con sus pacientes, en presencia del muchacho, Oriel … salvo cuando, por supuesto, para evitar desenlace fatal, los tiene que castrar: no es el caso del estuprado emisario, que ha recibido el golpe por detrás; al médico le turba, tal vez, ese brillo en los ojos del joven Jonatán, ese deleite en la contemplación de estos hombres, desnudos, en el lecho de su dolor … puede que piense, quizás, que no es esta visión para un príncipe, o que sea demasiado joven, el joven Jonatán, para tan morbosa emoción, en el brillo de sus ojos, manifestar … el príncipe, no obstante, no transige con el pudor del médico militar … observa, por tanto, con detenimiento, los genitales de Jerahmeel … apenas un poco de pelo, rojizo y rizado, adorna en el pubis la polla del paciente que, retraída, como tímida, pende con las pelotas en languidez … desde niño, en el palacio real, Jonatán ha conocido a Jerahmeel, pero nunca hubiera imaginado que, alguna vez, la polla y las pelotas del emisario pudiera llegar a ver … apenas una docena de años mayor que él, en algún momento este fiel funcionario de palacio, este leal servidor de su padre, siempre tan cumplidor, tan trabajador, tan agradable, tan educado … le enseñó a leer … Jerahmeel, incluso ahora, en este trance, reconoce la presencia de su príncipe, y sonriendo débilmente, procura ser cortés …

-            Mi … Mi … Se … Se … Señor …

-            Sshh … no hables, Jerahmeel … ya lo sé … ya sé lo que te ha pasado, me lo ha contado Kohath … te ha enVergado Goliat …

-            Mi … Mi … Señor … yo … yo … yo …

-            Sshh … calla, Jerahmeel, estás agotado, no debes hablar … tú no tienes la culpa de que te haya enculado ese maldito Goliat … de que por el culo te haya metido el mensaje de respuesta que a mi padre, el Soberano Saúl, hemos de hacer llegar … lo primero es lo primero, y por tanto, ahora, ese mensaje, con el cilindro de cuero encajado en tu cuerpo, debemos extraer …  

 

 Cuando casi los casi cuarenta centímetros de cuero los diestros dedos del médico militar han conseguido desalojar del cuerpo estragado del emisario del rey de Israel y de Judá, Jerahmeel expele una vibrante ventosidad que empuja lo que queda del obsceno objeto hacia atrás: el tremendo tubo sale cubierto de confundidas capas de sangre, húmedas heces, y desgarrada mucosa rectal … los ojos de Jonatán no pueden dejar de mirar el abierto agujero que pulsante – como la boca boqueante de un extraño animal – suelta desde su oscuro seno un último chorro de sangre y viscosos grumos de materia fecal … Jerahmeel vuelve a ventosear – es un pedo poderoso, como si todo su cuerpo estragado con él se quisiera vaciar, como si con él sus desgarradas vísceras quisiera expulsar – y tras soltarlo, con un gemido gutural, el estuprado emisario se vuelve a desmayar … Oriel prepara entonces los paños y con ellos, empapándolos en una palangana de agua de rosas, comienza a limpiar, con delicadeza y meticulosidad, entre las nacaradas nalgas, la pulsante pulpa que circunda el abierto agujero del culo enculado de Jerahmeel … con curiosidad casi infantil, el principesco muchacho observa cómo las manos del médico militar deslizan los empapados paños por todo el perímetro perianal limpiando de sangre y excremento los carnosos muslos del heraldo real … Oriel manipula el cuerpo inconsciente de Jerahmeel y sus brazos lo vuelven a un lado y al otro para de esta forma limpiarlo de manera más integral: el excremento ha manchado las piernas del paciente y por eso de arriba abajo Oriel lo debe limpiar …

-            ¿Sobrevivirá? – pregunta Jonatán - ¿ha dañado la Verga algún órgano vital? …

-            Ha sido brutalizado – responde, sin mirar al príncipe, el médico militar – el Órgano ha perforado su intestino, tal vez le haya dañado la vesícula biliar, intentaré reanimarlo, pero es como si una Lanza lo hubiera alanceado por detrás …

-            Oh, pobre Jerahmeel, pero él no es un guerrero, tan sólo el heraldo de mi padre, el Soberano Saúl, rey de Israel y de Judá … un leal servidor, un funcionario ejemplar, estaba tan feliz junto a su joven esposa, tan ilusionado con el hijo que esta muy pronto le iba a dar …

 Mientras el médico militar lava el cuerpo desnudo del emisario real, Jonatán observa los genitales de Jerahmeel: la verga parece pequeña en su estado de flaccidez, las pelotas parecen pequeñas también, pero la joven eposa de este emisario real en todo momento dio muestras, a su lado, de felicidad … si quedara viuda y con un hijo póstumo del malhadado heraldo, sin duda sus necesidades serían cubiertas por la hacienda real, como corresponde a la esposa de este funcionario ejemplar … poco a poco, confortado por los cuidados del médico militar, que tras lavar su cuerpo le hace inspirar en seminconsciencia los vapores de una infusión herbal, Jerahmeel parece nuevamente volver en sí … está pálido, casi amarillo, y sus ojos se posan en los ojos de Su Señor, sonríe de nuevo, débilmente, con una sonrisa triste, en una cara que poco a poco, se va apagando …

-            Mi … Mi … Señor … yo … yo … yo … no me siento … bien …

-            No te preocupes, Jerahmeel … cuidaremos a tu esposa … y a tu hijo … los trataremos bien … no les faltará de nada … puedes irte en paz …

-            Mi … Mi … Señor … yo … yo … yo …  

 

 Jonatán besa con cuidado los labios de David, posa en la pulpa de los labios de su amado la pulpa de los suyos con precaución: le ha prometido que no le volverá a morder, que de un labio mordido su sangre no volverá a lamer, pero el príncipe no se fía del pastor, y aproxima su boca a la suya con un poco de temor … pero David parece pensar en otra cosa, tiene la frente fruncida y se deja besar su boca entreabierta sin responder, con la mirada un poco perdida, como concentrada en alguna imagen de su imaginación … pregunta, al príncipe, poco después:

-            ¿Dices, entonces, que murió, Jerahmeel? …

-            Sí … le falló el corazón, eso me dijo Oriel, y expiró … poco después de que lo visité … pienso que fue mejor para él … su alma ya está con Yahvé …

-            ¿Tanto estrago le causó … la Verga de Goliat …?

-            Goliat es un coloso … estuvo toda la noche en su tienda con Jerahmeel … lo folló durante toda la noche, hasta el amanecer … Kohath y Labam dicen que lo oyeron durante toda la noche gritar, que sus gritos eran tan prolongados, tan penetrantes, que no pudieron el sueño conciliar … después lo montaron en su caballo y cuando parecía que ya lo había dejado de atormentar … le metió un cilindro de casi cuarenta centímetros de cuero por el culo … con el mensaje de respuesta al mensaje que a través de ese malhadado heraldo mi padre al Comandante de la Confederación de Ascalón, Asdod, Ecrón, Gaza, Gat … le quiso entregar …

-            Es un Verdadero Hijo de la Gran Puta, ese Goliat … tratar de esa manera a un emisario de paz …

-            Así es, David, y si Yahvé no lo remedia, a todos nosotros, a todo Israel y Judá, nos puede destruir … es un guerrero formidable, invencible en combate, además de un Verdadero Hijo de la Gran Puta, ese Goliat … con él al frente en poco tiempo los filisteos la misma Jerusalén podrían arrasar … nos ha causado tantos daños  ya, que temo, amado mío, por nuestras propias vidas, por tu vida y por la mía, temo por nuestra felicidad … la sombra ominosa de ese coloso nos amenaza, y no sólo a ti y a mí, sino a todos los hijos de Abraham, de Isaac, de Jacob, de Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón, José y Benjamín … temo por la supervivencia de toda la especie de Israel y de Judá …

-            ¿Qué decía el mensaje de respuesta, Jonatán? …

 

 

 Tras anudar los últimos nudos de la mortaja sobre el cadáver de Jerahmeel, cuyos ojos sin vida miran a un vacío donde no encuentra a Yahvé, Oriel sumerje los casi cuarenta centímetros del cartucho de cuero  en un recipiente rectangular donde ha vertido, con una palangana, agua perfumada con rojos pétalos de rosas, con los que se confunde el rojo de la sangre de Jerahmeel pero no el amarillo amarronado de su materia fecal, que flota en descompuestos grumos sobre la líquida superficie, mientras el médico militar va lavando y secando con un paño el cilindro que contiene la carta con la que la Confederación de Ascalón, Asdod, Ecrón, Gaza, Gat … responde a la carta enviada al Gran Goliat por el Soberano Saúl, rey de Israel y de Judá, en nombre de los hijos de Abraham, de Isaac, de Jacob, de Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón, José y Benjamín … y lo entrega finalmente, aún impregnado del aroma de las vísceras de Jerahmeel, a Jonatán, príncipe heredero del Reino de Israel y de Judá … lo toma en sus manos el joven Jonatán y sus adolescentes dedos se deslizan por los casi cuarenta centímetros de cuero del cartucho con el que, a continuación de su Verga, el coloso ha enculado a Jerahmeel … acaricia la cúpula colosal que ha perforado las entrañas del emisario real y al tacto del obsceno objeto las yemas de sus dedos comienzan a vibrar … palpa entonces el tapón de la base circular y poco a poco, haciéndolo girar, comienza el cartucho a destapar … extrae el enrollado pergamino que en su entraña encapsulado está, lo despliega con dedos temblorosos y comienza a leer:

“Mensaje de respuesta de la Confederación de Ascalón, Asdod, Ecrón, Gaza, Gat … al rey de Israel y de Judá … en el nombre de todos nosotros, nuestro Comandante Supremo, el Gran Goliat de Gat, os dice que no hay nada que negociar, que hemos venido aquí para a muerte luchar y todas estas tierras conquistar, y así podéis estar seguros de que esta guerra hasta el final se ha de librar … sabemos, oh Saúl, rey de Israel y de Judá, que eres viejo, que ya no tienes fuerzas para luchar, para en campo de batalla, en combate cuerpo a cuerpo, morir o matar … pero el Gran Goliat de Gat a uno de los vuestros – un hombre joven y fuerte de Israel y de Judá – desafía para un combate singular con él afrontar. Si ese guerrero puede en la contienda al Gran Goliat derrotar y matar, todos nosotros, los hombres de Ascalón, Asdod, Ecrón, Gaza, Gat … con nuestras mujeres, nuestros hijos y nuestras hijas … seremos vuestros esclavos y os serviremos … pero si, por el contrario, el Gran Goliat derrota y mata a vuestro Campeón, todos vosotros, los hombres de Israel y de Judá … con vuestras mujeres, vuestros hijos y vuestras hijas … seréis nuestros esclavos y nos serviréis … Este es el desafío que, en nombre de todos nosotros, os lanza nuestro Comandante Supremo, el Gran Goliat de Gat …”

 

 Jonatán acaricia, sin atreverse a mirarlo a los ojos, el pecho de su David, que permanece impasible a sus besos, a sus caricias, en sus propios pensamientos concentrado: el príncipe aspira el aroma adolescente del cuerpo sudoroso de su amado, el perfume acre de sus axilas, como de queso recién elaborado, y los efluvios de cabra, carnero, cabrón y oveja, de cordero en su placenta aún encapsulado, mientras el pastor de su corazón repasa en su mente las palabras que, con memoria milimétrica, del mensaje de respuesta extraído del culo destrozado de Jerahmeel, él mismo – en esta choza de adobe de las afueras de la aldea de Belén donde comparten sus clandestinas noches – le ha trasladado: Goliat busca un Campeón entre los hijos de Abraham, de Isaac, de Jacob, de Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón, José y Benjamín … un guerrero grandioso que en el campo de batalla en combate singular contra él se pueda medir, y pueda así salvar de la esclavitud o el exterminio a toda la estirpe de Israel y de Judá …

-            ¿Quieres que te cuente un secreto, Jonatán? …

-            ¿Un secreto, David?  ¿puede el amado no compartir un secreto con el amante?  Yo nunca tuve secretos para ti …

-            Te lo cuento, pues … no hace mucho que vino a la casa de mi padre el venerable Samuel …

-            ¿Samuel, el profeta? …

-            Sí, el mismo Samuel, enviado de Yahvé: “¿Hasta cuándo vas a estar sufriendo por Saúl – le dijo el Rey del Cielo – cuando soy yo el que lo he rechazado como rey de Israel?  Llena tu cuerno de aceite y ponte en camino. Te envío a casa de Jesé, el de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí.”

-            ¿Estás loco, David??! … No blasfemes, amor mío, no cometas traición, es mi padre el Ungido por Yahvé, y tú lo sabes bien, tus palabras son peligrosas, alguien las podría escuchar, llevarlas a mi padre, que te podría condenar …

-            ¿Y quién se las llevará: acaso tú, Jonatán? …

-            No, yo no, y bien lo sabes, sabes cuánto te amo, yo no te podría traicionar …

-            Entonces calla, y escucha, pues … así respondió al Rey del Cielo el venerable Samuel: “¿Cómo voy a ir?  Si lo oye Saúl, me mata …”

-            ¡Claro, y dijo bien! …

-            ¡Calla, joder, y escucha, no me interrumpas más! … Yahvé le dijo a Samuel: “Llevas de la mano una novilla y dices que has venido a ofrecer un sacrificio al Señor. Invitarás a Jesé y a sus hijos al sacrificio y yo te indicaré lo que has de hacer. Me ungirás al que te señale …”  El venerable Samuel se presentó en nuestra casa con su cuerno de aceite y mi padre le fue presentando a mis hermanos: Eliab, el mayor – pero el Rey del Cielo le había dicho: “No te fijes en su apariencia ni en lo elevado de su estatura, porque lo he descartado. No se trata de lo que vean los ojos del hombre. Pues el hombre mira a los ojos, más el Señor mira el corazón …”

-            ¡David, te lo estás inventando!  Ya sé dónde quieres llegar …

-            ¡Escucha! … Escucha el final … Mi padre llamó entonces a mi hermano Abinadab, y se lo presentó al venerable Samuel … “Tampoco es este el elegido del Señor” … Luego le presentó a Samá y el venerable Samuel también lo rechazó … y así hasta cinco más. “El Señor no ha elegido a estos, ¿no tienes, acaso, algún muchacho más? … “Sí – le respondió mi padre – me queda el menor, pero ahora está pastoreando el rebaño …”  “Pues manda a buscarlo, pues hasta que no esté ante mi presencia, de aquí no me moveré.”  Mi padre, entonces, mandó a por mí. Samuel, nada más verme, cogió su cuerno de aceite y se aproximó, y ante toda mi familia y los ancianos de Belén, con el óleo sagrado me ungió. “Éste es el que Yahvé ha elegido,” proclamó Samuel …

 

Jonatán acaricia, con dedos temblorosos, el pecho de su David, y sin mirarlo a los ojos, le pregunta:

-            ¿Qué quieres decir, amado mío? …

-            Quiero decir, amante mío, que no debes temer que ese Hijo de la Gran Puta, ese al que todos llaman el Gran Goliat, nos pueda destruir … no debes temer por nuestras vidas, ni por la supervivencia de la especie eterna de los hijos de Israel y de Judá, ni estremecerte porque presientas la sombra ominosa de ese hombre – es sólo un hombre, no un monstruo del Averno – que muy pronto, envuelto por las sombras, sombra será …

-            Nos ha causado tanto daño, David, tanto dolor, tanto sufrimiento, ha dejado en la estela de su estrago tanta destrucción, tantos muertos, tantas viudas, tantos huérfanos … que con sólo oír su nombre – tengo que reconocerlo – todos se ponen … nos ponemos a temblar …

-            Confesar la cobardía … nunca lo hubiera esperado de ti, Jonatán, nunca lo hubiera esperado de un príncipe real, del hijo del Soberano Saúl, rey de Israel y de Judá … esa es, también, una Señal de Yahvé, que me indica, claramente, el camino que debo tomar …

-            ¿Qué vas a hacer, David? …

-           Quiero matar a ese hombre … voy a matarlo … eso es lo que voy a hacer …

    

 

 

 

 

 

 

 

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