Ejecuciones – III

Garrote

 

(boceto)

 

 

 

Pedro observa a sus dos ayudantes atar a Daniel sobre el bloque de madera que le sirve de asiento. Antes de despedirlos, Pedro pasa la correa de cuero en torno al cuello del condenado. Después la fija a la barra que girará para apretar cada vez más la correa, hasta impedir completamente la respiración. Ahora Daniel ya no tiene ninguna posibilidad de liberarse.

Pedro sonríe mientras observa a este hombre corpulento, que está a punto de encontrar una muerte infame. Daniel está desnudo y Pedro no consigue apartar la mirada de la gruesa polla del condenado. Pero todo en este hombre es fuerza: los hombros amplios, el pecho vigoroso, los brazos robustos, las piernas musculosas. Pedro tiene la impresión de no haber visto jamás a un macho semejante, un espléndido animal, el cuerpo recubierto de una densa pelambrera.

Pedro se desnuda, mientras continúa observando al hombre, que lo mira, con indiferencia. Tal vez se pregunte por qué el verdugo se está desnudando, pero su rostro no traiciona ninguna emoción.

Ahora Pedro está desnudo frente a él, la polla un poco empalmada, apuntando hacia delante.

- En poco tiempo comenzamos, pedazo de mierda. Apretaré un poco cada vez, porque quiero disfrutar de tu agonía. Que será larga, te lo aseguro.

El prisionero sonríe, entonces, con desprecio, pero no dice nada. Pedro prosigue:

- No será una hermosa muerte para ti, aunque seguro que se te va a poner dura. También te mearás y te cagarás encima.

Daniel calla, pero escupe en el suelo. Pedro sonríe, después se pone detrás del condenado. Agarra la barra. Para que la correa bloquee completamente el aire y mate al condenado bastan, normalmente, unos pocos giros; con Daniel tal vez será necesario apretar un poco más, porque este hombre tiene un cuello de toro.

Pedro podría hacer girar rapidamente la barra y matar al condenado, pero quiere verlo sufrir. La tranquila indiferencia de Daniel le fastidia. Y por tanto, presenciar la agonía de este toro es un placer que quiere hacer durar lo máximo posible.

- No cascarás al instante. Lo haré despacio.

Daniel sacude la cabeza.

- ¡Ya lo has dicho, hijo de puta!

Pedro ríe. Gira lentamente la barra. La correa se aprieta en torno al cuello del condenado, que todavía consigue respirar, pero con cierta fatiga. La presión en el cuello hace que su polla se vaya poniendo dura, como sucede a menudo. Pedro gira aún un poco más la barra. Ahora Daniel emite una especie de silbido cuando respira, pero el aire entra, porque el torso se levanta y se deja caer. La polla está tiesa como una espada.

 Pedro está excitado. Se coloca ante el condenado. Observa  la verga de Daniel, sin conseguir apartar la mirada: es gruesa, una vena en relieve le corre por todo el asta, la cabeza está violácea. Pedro se arrodilla, su boca está ahora a pocos centímetros del capullo, que sus labios envuelven. Pedro comienza a succionar ávidamente, degustando este sabor fuerte, de sudor, orina y calostro. Prosigue durante un buen momento, después se detiene. Retira la boca. Mira ahora la verga, duda. Se levanta. Daniel lo está mirando, la boca abierta de par en par por la fatiga de hacer entrar un poco de aire. Pedro le lee el odio en los ojos. Ríe.

Se da la vuelta y frota el culo contra la polla del condenado. Luego, muy lentamente, se coloca y va bajando, hasta que el capullo, durísimo, le aprieta contra el agujero. Cuando baja un poco más y la polla del bandido le fuerza el agujero del culo, el dolor se vuelve muy fuerte. Pedro se levanta, se escupe en la mano y se humedece el agujero. Repite la operación tres veces. Después se recoloca en posición y lentamente va sentándose sobre Daniel. Siente la verga penetrándole el culo. El dolor es fuerte, pero la sensación de este palo de carne que lo traspasa es espléndida. Pedro se alza un poco, luego vuelve a descender. La polla de Daniel le entra más a fondo en el culo. Pedro gime. Desciende aún más, hasta que el dolor se vuelve demasiado fuerte. Ahora con la derecha se agarra la polla y comienza a hacerse una paja. Con la izquierda se pellizca los cojones. El placer es violento, supera al dolor que le provoca el palo en el culo. Pedro procede lentamente: quiere hacer durar el mayor tiempo posible este momento. Cuando está a punto de correrse, se interrumpe, después vuelve a comenzar. Finalmente no puede retardar más el orgasmo y se corre, con un grito.

Permanece inmóvil, aturdido por el placer, pero ahora que se ha corrido la sensación de la verga de Daniel en el culo ha dejado de ser placentera: demasiado gruesa, demasiado dura. Se levanta. Siente dolor cuando la verga le va saliendo del culo. Se da la vuelta y mira a Daniel a la cara. El condenado respira aún, con el silbido agudo de antes.

- Vamos a terminar.

Pedro pasa detrás de Daniel. Lentamente vuelve a girar la barra, apretando la correa. El cuerpo de Daniel se tensa un poco más, después el silbido se interrumpe. Pedro saborea este momento, el instante de la muerte: este hombre fuerte, este toro del cual ha sentido la verga en el culo, cuyo calostro le llena ahora las vísceras, está muriendo. En poco tiempo será un cadáver. Después de un momento el cuerpo se afloja. El olor a mierda se difunde por la estancia. De la verga fluye la orina.

Pedro sonríe.

 

 

Autor original italiano: Ferdinando

Traducción castellana-española: Carlos Hidalgo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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