Ejecuciones – I

Fusilamiento

 

(boceto)

 

 

-¡Fuego!

Los soldados disparan todos al mismo tiempo. Seis disparos que le alcanzan en el torso y en el vientre y lo lanzan contra el muro. Cae al suelo y permanece sentado, la espalda apoyada en la pared, respirando a duras penas. Me acerco a él. Veo que ha empezado a orinarse, como a menudo sucede. Río.

Él me mira. Dice:

- ¡Mierda!

Sigo riendo. Me inclino un poco sobre él.

- ¡Mierda!   Hijo de puta.

Sacudo la cabeza.

- Estás cascando, cabrón.

Verlo cascar me excita. Este hombre fuerte, este bandido al que hemos intentado dar caza durante años, me excita. Desde que lo hemos capturado tengo siempre la polla dura. Ayer por la noche lo he follado en su celda, dos veces. Y esta mañana tengo otra vez ganas de follar su culo, fuerte, duro. No creo que nadie lo haya follado antes que yo. Lo follaré por la boca, también. Le meteré mi polla hasta el fondo de la garganta, pero no quiero hacerlo delante de los soldados. Aquí hay poca disciplina, en este puesto en el agujero del culo del mundo, pero no quiero que ninguno vaya a contar que me ha visto follar por la boca y el culo a un condenado.

- ¿Sabes una cosa, cabrón?   Tan pronto casques, hago que te lleven a la celda y te la meto por el culo una vez más.

Me mira. Sus ojos están velados.

- ¡Mierda!

Me apoyo en el muro y le enfilo el cañón del revólver por la boca, como si estuviera metiéndole la verga hasta la garganta.

- Casca, hijo de puta.

Disparo. Hay un movimiento convulso de la cabeza y después nada más. Cuando extraigo la pistola, la cabeza cae sobre el pecho.

 Me vuelvo hacia mis hombres:

- Salvador, Ermo, Francisco, Pedro, llevad el cuerpo a la celda.

Hacen falta cuatro hombres para transportar a este Hércules. Mis hombres parecen un poco asombrados por la orden. Creo que sospechan algo, porque Pedro tiene una sonrisa socarrona.

 Me vuelvo hacia Eduardo y Rogelio.

- ¡Vosotros dos, cavad la fosa!

En la celda hago que lo coloquen con el torso sobre la mesa. En ese momento todos han comprendido y ríen, pero no dicen nada.

- Ahora salid.

Salen. Pedro dice:

- Que lo disfrutes.

Miro su culo, peludo, fuerte. Tiene un poco de mierda. Tomo su camisa, que había quedado en la celda junto a los pantalones, y se lo limpio.

 Follarlo ayer por la noche fue algo magnífico. Me bajo los pantalones y los calzoncillos. Le apoyo las manos en el culo y lo ensarto, como a un pollo asado. Comienzo a follar, con gran placer. Un placer increíble. Querría hacerlo durar mucho tiempo, pero estoy demasiado excitado y me corro enseguida.

 Río. Digo:

- Te he follado tres veces, cabrón.

Llamo a mis hombres y ordeno que lo lleven hasta la fosa que los soldados han cavado.

Lo levantan y lo sueltan de tal modo que cae con la espalda en tierra.

Me desabrocho los pantalones, saco la verga fuera, todavía dura, y meo sobre la cara del muerto. Hacemos esto a menudo. Los demás se colocan en torno a la fosa y hacen otro tanto.

La fosa permanece abierta todo el día. Todo el que quiera practicar el tiro al blanco con el muerto, puede hacerlo.

Cuando vuelvo al anochecer, el cadáver tiene al menos cuarenta agujeros. Le han disparado a los ojos, a la polla, a los cojones, aparte del pecho y el vientre, a los brazos y a las piernas. La orina se ha mezclado con sangre. Hay algunas moscas sobre el cadáver.

- Cerrad la fosa.

Los soldados proceden. Es hermoso ver desaparecer a este pedazo de mierda bajo la tierra.

 

 

Autor original italiano: Ferdinando

Traducción castellana-española: Carlos Hidalgo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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