FBI Blues XV El metálico klic-klic de las tijeras de Mink-ki repiquetea en
staccato como el canto de un insecto que picoteara el mentón del capturado
agente del FBI Zacharias Hightower. Los desarreglados filamentos de su
patética perilla van cayendo, poco a poco, como hebras de hilo grisáceo,
sobre el poderoso pecho de convexa configuración, donde quedan posados como
pelotillas de pelo sucio que motean la piel de ébano del policía. Poco a
poco, con precisión pericial, los dedos expertos de Mink-ki, que sostienen y
aplican el instrumento con su acostumbrada habilidad, van perfilando y
devolviendo la perilla de Zacharias Hightower a su configuración original.
Mink-ki, previamente, le ha recortado algunos pelos periféricos del bigote –
apenas unos pocos, pues este adorno capilar del coloso es fino y sedoso bajo
la amplia nariz africana, de natural – y una vez que termine con su rostro se
dispone su cráneo también a acicalar. Mientras Mink-ki procede, los grandes
ojos castaños de Zacharias Hightower miran al frente, con moderada
melancolía, casi sin pestañear, como si mirase al vacío, y Beom Seok Kim, su
captor, contemplándolos, se deleita
íntimamente en la perfecta sumisión de este coloso a su destino, el que él
mismo pareciese que ha venido, aquí a Seúl, en misión especial extraterritorial,
a buscar … Mink-ki es el peluquero particular de Beom Seok Kim, un hombre
menudo, enjuto, prácticamente un anciano ya, pero con unas manos expertas que
todavía – desde que comenzara a practicar su oficio, siendo un niño – no han
comenzado a temblar. Mink-ki sabe, perfectamente, que los hombres que se
someten, aquí, a su acicalamiento capilar, tienen poco tiempo de vida, ya.
Mink-ki, sin embargo, se limita a practicar su oficio con estos morituri que su señor le entrega, en este lugar – lleva muchos años trabajando
para su señor, que lo salvó del
continuo chantaje de los Kkangpae,
a los que tenía que pagar oneroso tributo del fruto de su trabajo, en un
barrio humilde de Séul, hasta que Beom Seok Kim lo vino a rescatar: sabía, el
superintendente general de la policía de Corea del Sur, todo lo que sobre los
Kkangpae este viejo peluquero de
barrio le podía contar. Mink-ki, peluquero y confidente, se limita pues a
pelar, afeitar, practicar su oficio, en definitiva, ver, oír, contar, y saber
callar. Mink-ki ha acicalado, pues, aquí, a estos muertos vivientes, antes, a estos hombres fuertes, desnudos –
capturados por, o cautivos de su señor – cuando este ha considerado que
precisaban de su acicalamiento capilar. Mink-ki conocía – más para mál que
para bien – a algunos de ellos, como Kango-cho Siu, “Kkeumjjighan” – “el
Terrible” – que tanto lo atormentó durante años hasta que Beom Seok Kim –
su salvador – lo capturó: aún recuerda aquel día en el que, por la mañana, el
superintendente general de la policía de Corea del Sur lo llamó, por teléfono,
a su pequeño piso del extrarradio de Seúl, y con voz cómplice – casi con un
guiño en la voz – le dijo: “Mink-ki,
soy Beom Seok Kim, quiero que vengas, esta noche, al (*), tengo una
sorpresa especial para ti.” ¿Cómo podría, Mink-ki, aquel día, aquella
noche olvidar? Esa será, no obstante,
otra historia, que en otro momento, pese a ciertas reticencias del profesor
X-San, deberemos contar, pero este es el cuento de lo que les pasó a dos
agentes del FBI en misión especial extraterritorial … El agente
capturado del FBI Zacharias Hightower se siente un poco mejor – como menos
ansioso, como más relajado – después de que el peluquero Mink-ki haya
culminado su acicalamiento capilar. Al contrario que al legendario Sansón, el
brotar de sus cabellos sobre la cubierta craneal parecía haber ido
debilitando, más que reforzando, a este negro colosal, incrementando de esa
manera su sensación, desde que fuera capturado, de vulnerabilidad. Beom Seok
Kim abre ahora, para él, la puerta de la estancia donde se encuentra el saco
de golpear: este pequeño gimnasio, desprovisto de aparatos metálicos que, en
manos de este coloso, pudieran poner en peligro la integridad física de su
captor y sus guardianes, con un espejo en una de las paredes tapizadas de
terciopelo rojo y el “punching bag”
de cuero negro pendiente del techo, colocado en el centro, ha estado
esperando todo este tiempo a Zacharias Hightower, podría decirse que casi
desde el momento en que, descendiendo del avión americano – Boeing 777 de la TWA, por si tienen la curiosidad - que lo trajo aquí en misión
especial extraterritorial, colocó la primera suela de sus amplios zapatos en
la pista de hormigón del Aeropuerto Internacional de Gimpo, Seúl, su destino final.
La visión del cuero negro del saco de golpear – así lo aprecian los atentos
ojos de Beom Seok Kim – parece revigorizar
al capturado agente del FBI. Sus grandes ojos marrones se abren como si su
mente hubiera sido estimulada por una inyección de vitalidad, y en su
excitación parecen, incluso, brillar. Sus magníficos músculos se comprimen
compelidos por su instinto de boxeador, su respiración, ahora, se parece
acelerar. Se diría que todo su cuerpo, su postura corporal, su semblante,
están diciendo – diciéndose a sí mismo, en especial – “I AM A BOXER” (“YO SOY UN BOXEADOR”), como si durante algún
tiempo lo hubiera podido, él mismo, olvidar … Beom Seok Kim sonríe,
complacido, cuando aprecia, incluso, que la verga del agente Hightower, que
colgaba fláccida entre sus piernas cuando Mink-Ki procedía a su acicalamiento
capilar, se está comenzando nuevamente a empalmar. “Esto es lo que necesita este
hombre,” se dice a sí mismo el superintendente de la policía de Corea del
Sur, su captor, “este luchador necesita
luchar …” -
This is your training room, Mr. Hightower, as you know since your
arrival to your new lodgings, when I showed you the different rooms of the
facilities and their implements … this
is where you will train for your final match against The Most Honourable
Morimoto Kenzo … you know What that match entails – I think it is useless to
remind you of the implications – so I will not add unnecessary words to that
effect … therefore, without further ado, I think it is time for you to begin
your training routine … -
W-What about Danny? … what´s gonna ha-happen to him? … Beom Seok
Kim aprecia de nuevo un velo de melancolía en los grandes ojos marrones del
agente Zacharias Hightower cuando pregunta por el destino de su compañero. El
superintendente general de la policía de Corea del Sur alza sus almendrados
ojos a los ojos del hombre que ha capturado y sonriendo levemente – como si
con su sonrisa procurara no incomodarlo – le responde: -
I don´t think that I have to repeat myself, Mr. Hightower; if my memory serves me right, I suppose
I already told you: Mr. Di Lorenzo´s days
amongst us are, unfortunately for him – and his dear ones – coming to their end … or maybe, might I
say, “fortunately” for him … do you think, otherwise, there is some meaning
in the prolongation of his suffering? … -
W-when are you … going to … k-kill him? … -
Oh, I can see it is necessary for me to repeat myself, but I don´t
think, in spite of the colour of your skin, that you are a dumb black man,
one that has reached the high level of FBI officer on special mission
overseas only by the bulk of his body, the magnificence of his muscles, and
not by his brains … Zacharias Hightower puede apreciar la ofensa en la
platicada petulante de este hombre, el superintendente general de la policía
de Corea del Sur, su captor, que con este inglés a veces tan extraño, a veces
tan indescifrable para sus oídos de estadounidense medio, y como tal no
excesivamente cultivado, le habla tal vez para desconcertarlo: “dumb black man”, eso sí lo puede
apreciar, claramente, y sus músculos se contraen aún más, sus puños se
aprietan para la agresión, pero finalmente tiene que reconocer que hay algo,
en ese apreciable insulto, que él mismo parece querer, con avidez, asimilar:
hubiera sido todo mucho más sencillo en su vida, pareciera pensar, si él
hubiera sido “a dumb black man” …
¿tal vez lo sea, quizá, “a dumb black
man” y haya aspirado a una vida más
complicada que su cerebro haya sido incapaz de asimilar? Su verga, sin embargo, no se deja de levantar … -
I told you, Mr. Hightower, that your friend would be
executed in a matter
of forty eight hours, but if that is your desire, I could talk with The Most
Honourable and try to convince Him to prolong that period so that you can
take your training with the hopeless feeling that, some way or the other, you
are doing all this for him, I mean, for your friend … -
If … I win … would you … set us free? … -
That is, definitely, a very good question to ask, Mr. Hightower, and the
answer may be … who knows … why not … though not without - just for our own security, not personal
reasons involved, here – severing your vocal cords first … cutting off your
tongues … cutting off your hands … piercing your eardrums to shreds … you
know what they say … dead men tell no tales … I am not precisely sure … what dumb
… deaf … handless men can tell … Los prodigiosa masa muscular del agente capturado del FBI Zacharias Hightower se despliega
entonces y sus magníficos miembros comienzan a golpear … el saco de golpeo … -
THUMP … THUMP …
THUMP … THUMP … -
But … Mr. Hightower … you are hitting with your bare hands … -
THUMP … THUMP … THUMP … THUMP … -
But … you may hurt your knuckles, Mr. Hightower, that leather is very
hard … -
THUMP … THUMP … THUMP … THUMP … -
Listen to me … Mr. Hightower … -
THUMP … THUMP … THUMP … THUMP … Beom Seok Kim contempla la colosal configuración que la
cinética confiere a este coloso desnudo golpeando el curtido cuero del saco
de golpeo colocado en el centro de la estancia donde se va a entrenar para su
combate final: el despliegue de los dorsales, la tensión de los trapecios … y
ese culo colosal … ese culo que el Muy Honorable Morimoto Kenzo sin duda –
piensa su captor – enculará … -
THUMP … THUMP … THUMP … THUMP … -
Mr. Hightower … -
Shut up, bitch … THUMP … THUMP … -
Mr. Hightower … you are training naked, you need … -
I SAID SHUT THE FUCK UP, BITCH! … THUMP … THUMP … Beom Seok Kim no infravalora la ira de Zacharias Hightower:
pondera el potencial letal de sus manifestaciones, pero de alguna manera la
tiene prevista: sus pies dan pasos de precaución, un poco hacia atrás, y las
pistolas de sus hombres, a la más mínima señal de alarma, están preparadas
para actuar. Beom Seok Kim no es un masoquista, mucho menos un suicida, pero
le gusta, a veces, arriesgar: no estaría en el lugar que ocupa si no le
hubiera gustado arriesgar. Este hombre es un coloso, y su captor sabe que su
furia puede ser colosal, conviene desactivarla, un poco, porque el
superintendente general de la policía de Corea del Sur quiere llevar al
agente capturado del FBI Zacharias Hightower hacia su destino final: que no
es ser acribillado a balazos por sus hombres, no, esa sería, en todo caso,
una enojosa fatalidad … -
Mr. Hightower, why do you talk to me like this, you are not like that, you are not a foul-mouthed rogue,
you are an educated man … -
THUMP … THUMP … THUMP … THUMP … -
Did your parents not tell you, a good boy must never talk like that …? -
THUMP … THUMP … THUMP … Why do I have to always have you stuck to my
ass? … Leave me alone, now, man … just for a while, right? … not too much to
ask … -
Okay, Mr. Hightower, then I will do that … but don´t forget, please, you
have to protect your hands, before the match … your knuckles are hard, but
that leather is hard, too … you may get hurt … that would put you at
disadvantage … when your time comes … Beom Seok Kim, entonces, hace un gesto a sus hombres para
que enfunden las pistolas que, previsoramente, han desenfundado: no será
necesario balacear al capturado agente del FBI Zacharias Hightower, ni
siquiera en los luengos músculos de sus largas piernas, dejándole de aquella
manera imposibilitado, seguramente a una silla de ruedas, antes que a su
muerte, condenado; la indignada furia del coloso ha remitido o, concentrada
en sus puños desnudos, hacia el cuero negro del saco de golpeo se ha
desplazado. Es evidente, por tanto, que el agente Hightower no quiere a Beom
Seok Kim contínuamente a su culo pegado – son sus propias palabras, no las
nuestras – y como transmisores de su historia diremos que el superintendente
general de la policía de Corea del Sur, su captor, respetó, durante todo el
periodo de su entrenamiento para el combate final con Morimoto Kenzo, su
voluntad: el agente Hightower entrenó en esta estancia, durante varias horas
al día, a lo largo de casi una semana, en completa soledad, físicamente al
menos, porque varias microcámaras, dispuestas en discretos rincones del
techo, el suelo y las paredes de la habitación, pudieron todos sus
movimientos, sus puñetazos, sus patadas al cuero negro, grabar. El testimonio
audiovisual de este su último entrenamiento, de estas penúltimas evoluciones
de su interrumpida carrera de boxeador, es, como el de su combate final en el
estrado ovoidal de la calavera de nácar, una auténtica obra maestra de la
documentación gráfica de los movimientos de un auténtico atleta en acción,
pero no de cualquier atleta, sino el de uno, verdaderamente, colosal. Mientras
las amplias plantas de sus pies desnudos, sus puños desprovistos de toda
protección, sus largas piernas con todos sus músculos en tensión golpeaban el
cuero negro de su saco de golpear, en el rostro del agente Hightower –
capilarmente acicalado por el peluquero Mink-ki – se reflejaba una panoplia
de emociones de apariencia discordante pero que, en el humano carácter,
pueden presentarse casi en simultaneidad: ira, desesperación, esperanza,
exaltación, ansiedad, tensión sexual … su portentosa verga negra, en casi
completa erección, oscilaba perpendicular entre sus muslos tensos, sus
colosales cojones sacudidos por la fuerza de los alargados músculos de sus
brazos en cada puñetazo, por el vigor de los de las poderosas piernas en cada
patadón … Zacharias Hightower contraía su mandíbula, apretaba sus dientes,
inhalando y exhalando con gemidos de fiera enjaulada, profiriendo
procacidades entre patada y patada, entre golpe y golpe de sus puños al cuero
negro que significaba su última posibilidad de salvación … la colosal
configuración de sus glúteos en movimiento era – es, pues para la posteridad ha quedado en esta videograbación,
aunque él ya esté muerto – un auténtico espectáculo en sí mismo: contracción
y descontracción, concavidad y convexidad, brillantes las negras nalgas del
transpirado sudor de su extremo entrenamiento: horas y horas, durante días, a
solas, en esta estancia, su cuerpo desnudo de coloso, ante un saco de golpeo
que apalizaba como si apalizara ya, a Morimoto Kenzo, el hombre extraordinario
que a este coloso de ébano, a este negro colosal, iba finalmente, como a
tantos otros, a aniquilar … las cámaras de los pasillos absorben en sus
lentes para la posteridad el cadencioso caminar del coloso tras entrenar: la
mole de músculos se desplaza despaciosa, con cadencioso caminar, dirigiéndose
a las duchas, dejando a su paso el intenso aroma que desprenden los poros de
su negra piel: el olor de la transpiración del agente Zacharias Hightower es
por supuesto el olor de un negro sudoroso tras llevar su entrenamiento casi a
la extenuación; nada que ver con el olor de la transpiración de la piel del
agente Di Lorenzo, que incluso en su más extremo exceso de sudoración
desprende un aroma más dulce, amelocotonado, de muchacho en maduración, como
pudo comprobar Morimoto Kenzo durante su violación; no concluyamos por eso,
dejándonos llevar por nuestros raciales prejuicios, que el agente Hightower “huele mal”, es simplemente el olor de su raza, aunque algunos
bienintencionados antirracistas lo quieran negar, el resultado de la
interación de las bacterias con su transpiración, un exceso de melanina,
quizás, pero un olor que el agua y el jabón, tras una buena ducha, pueden
atenuar. Zacharias Hightower es un hombre limpio – “Cleanliness is next to Godliness”,
su piadoso padre le enseñó – y así después de toda ejercitación de su cuerpo,
sea en la lucha, en el sexo, o en el gimnasio, el agua desprende de la piel
de ébano de este coloso, incluso de entre sus más intrincadas partes, todo
resto de suciedad, todo depósito de ese transpirado sudor. Zacharias
Hightower se ducha, pues, para volver con su amigo, para reposar junto a él
en la compartida cama de su celda, de su habitación permeada de luz rojiza,
apurando a su lado las últimos días, las últimas horas, los últimos minutos
de su cautiverio, de sus propias vidas, de su prolongada relación … Cuando el
capturado agente del FBI Zacharias Hightower entra en la estancia que
comparte con su compañero, sus alarmas se disparan al comprobar que Danny no
está en la cama, ni siquiera en el resto de las dependencias que configuran
los espacios de su cautiverio: piensa, por un momento, que lo han llevado ya
al lugar de su ejecución, y un violento sollozo sacude su pecho de coloso, al
tiempo que, apretando los dientes hasta casi hacerlos crujir en su mandíbula,
comienza de nuevo, despaciosamente, a llorar: nuevas lágrimas brotan de sus
grandes ojos marrones y fluyen por sus mejillas, para concentrarse, como
perlas, en la barbilla, goteando poco a poco de su acicalada perilla. A este
coloso de ébano le duele, casi más que su propio destino, el de su compañero:
Danny no estaba preparado para esto, pero, ¿quién lo podría estar? … la captura,
el cautiverio, el estupro, la ejecución … Danny se comenzó a romper nada más
comenzar, era casi todo, en este chico, petulante pantomima, pretenciosidad,
una heroicidad de película barata, de pacotilla, un edificio de débiles
cimientos que, a la primera sacudida, bajo sus pies, de este terremoto, se
comenzó a derrumbar. Ser enculado, además – primero por la Verga de Morimoto
Kenzo, y después, ya no como tortura, pero también con intenso dolor, por la
verga colosal de su propio compañero, de esta especie de padre sustitutivo,
de hermano mayor, de este hombre en el que tanto, en compartidas empresas,
confió, ha supuesto hasta ahora – con la anticipación de una muerte cruel –
el mayor trauma en la vida de Daniel di Lorenzo, que tan prematuramente va a
terminar, aquí, junto a la de Zacharias Hightower. Después de esos
envergamientos – sobre todo, después del primero – la salud mental de Danny
deja mucho que desear: es por ello que en esos fingidos “interrogatorios” a que es sometido por Beom Seok Kim poco más
que balbuceos incoherentes el agente capturado del FBI Daniel di Lorenzo
puede aportar. No son más, por otro lado, esos “interrogatorios” que una
ocasión más para que el superintendente general de la policía de Corea del
Sur, su captor, pueda ese estado mental de Daniel di Lorenzo comprobar … -
How are you feeling, Danny, how is your ass … does it still hurt? … -
Mmm … yes, s-sir … it hurts … a lot … p-please … call my mom … -
Which Cock was more hurtful to you, Danny, when you were fucked: The
Most Honourable´s or your friend Zack´s? … -
Mmm … I-I d-don´t know, s-sir … p-please … let me go … go …
-
But we can´t let you go, Danny … til your ass has healed … does
it still hurt when you shit …? -
Mmm … yes, s-sir … it hurts … a lot … p-please … call my mom … -
You want your mom, Danny … what for … to clean your ass, perhaps? -
No, not that, sir … I can clean my … my ass … by myself … -
Does Zack not still help you … with that? … -
No, s-sir … I can clean my … my ass … alone … Beom Seok
Kim sonríe satisfecho al comprobar la regresión mental en el capturado agente
del FBI Daniel di Lorenzo: ha observado este efecto en otros hombres tras ser
follados por la Verga del Gran Oyabun Morimoto Kenzo, pero nunca de una
manera tan definitiva como en el joven policía tras ser estuprado. El ser
posteriormente envergado también por la verga colosal de su compañero ha
debido acentuar el descenso de Danny a este estado de estupidización y patética
puerilidad. El superintendente general de la policía de Corea del Sur, su
captor, aprecia sobre todo el pavor que le tiene a su primer enVergador: es
evidente, Danny aún no se ha recuperado, y ya nunca lo hará, de aquel Shock. De
la Amenaza de Morimoto Kenzo, Danny se refugia, como un niño asustado, en los
colosales brazos de su compañero. Cree, sin duda, que sólo esos brazos se
interponen entre su supervivencia y una muerte cruel a manos de Morimoto
Kenzo. No es exactamente así, ya lo
sabemos, pero su captor se complace en la infundada esperanza del agente del
FBI capturado Daniel di Lorenzo. Este joven, por lo demás, pese a su
sufrimiento, sigue siendo bello: ha adelgazado algo, también, como su
compañero, sus rasgos faciales han sido afilados por esa agonía: la
demacración aparece en el hermoso óvalo de su rostro, su pálida tez es, ahora,
de un color ceniciento, la piel se ha plegado en cárdenos pliegues bajo sus
ojos glaucos, tal vez más hermosos en el brillo febril de su sufrimiento,
pero todo ello no lo hace, por ello, menos bello. Beom Seok Kim extiende el
cigarrillo hacia sus labios, entreabiertos … -
Do you want a smoke, Mr. Dilorenzo? … Oh, sorry, Danny, I
mean … what´s
your name, then? … Tell me your name, boy … -
Da-Danny … my name´s Danny, s-sir … Da-Danny … di Lorenzo … -
That´s right, Danny, sometimes I forget, you are no more
Mr. Di Lorenzo,
you are just a boy … a bitched boy … do you want a smoke, boy? … -
Yeah … yeah … thank you, s-sir … I need a smoke … I need … -
There´s no coke in it … just tobacco … American Blend … to
honor your visit to us, Danny … to show you how much we appreciate it … -
Yeah … yeah … I know … thank you, s-sir … I need … Los
labios de Daniel di Lorenzo acogen el extremo dorado del cilindro del
cigarrillo y su pulpa presiona para sostenerlo entre ellos, pero pronto Beom
Seok Kim aprecia que los músculos labiales de Danny están fláccidos y el
cigarrillo pende pendulante en la boca entreabierta. Aproxima, entonces, sus
dedos, y tomando el cilindro por el centro lo empuja, un poco, hacia dentro,
de tal manera que la boca de Danny pueda sostenerlo. El superintendente
general de la policía de Corea del Sur, su captor, se pregunta cómo se configurarán
estos labios del capturado agente del FBI Daniel di Lorenzo en torno de ese
otro Cilindro, la Verga Suprema del Muy Honorable Morimoto Kenzo, si de esa
extrema manera – con Ella asfixiándolo – el Gran Oyabun de la Yakuza decide
finalmente ejecutarlo: lo ha hecho, antes, con otros hombres, aplicándoles la
muerte por bucal envergamiento. Si así lo decide, él estará allí, para ser
testigo de ello, y supervisar la disposición de las cámaras mientras
registran los últimos estertores del joven policía, mientras la Verga lo
ejecuta por oral empalamiento. Danny, que La ha experimentado por su parte
posterior, ni siquiera imagina lo que puede ser probarla por la delantera:
Beom Seok Kim imagina ya, entre estos labios que se esfuerzan por sostener un
simple cigarrillo, el Grosor de la Verga dilatándolos al extremo, descosiendo
las fibras de sus comisuras, hasta desgarrarlas, apretando hacia dentro,
hacia la garganta, desgarrándola también, en sus adentros, con embestidas
poderosas que irán, poco a poco, destrozando la boca de Danny, por dentro. Es
posible, no obstante, que Morimoto Kenzo combine el envergamiento bucal del
joven policía con alguna otra manera de ejecución prolongada: follárselo con
el puño, o con el brazo, hasta donde el torturado cuerpo de Danny pueda
resistir sin quebrarse, definitivamente, por dentro. Lo ha hecho ya, antes,
también, con otros hombres, mucho más fuertes que este pobre muchacho, y Beom
Seok Kim ha sido testigo de que los ha quebrado, para siempre, por dentro,
antes de que exhalaran su último aliento. Aún resuenan en sus oídos los
gritos agónicos de aquellos hombres, su angustiado debatirse, la tensión de
sus músculos, sus patadas desesperadas al aire, mientras eran enculados por
el puño, y después el brazo, de Morimoto Kenzo; la decreciente fortaleza de
sus cuerpos, precisamente por su prolongación, les hacía eterna la tortura,
pero seguramente Danny, menos corpulento, resistiría menos tiempo. Beom Seok
Kim sabe, en cualquier caso, que Daniel di Lorenzo será sexualmente ejecutado, pues así se lo ha comunicado Morimoto
Kenzo. Y al pensarlo, el superintendente general de la policía de Corea del
Sur, su captor, siente su verga que celebra, anticipándolo, la cercanía de
ese acontecimiento, pero este patético policía ignora aún cómo se ejecutará
su destino final, alberga incluso, en su estado de semi-imbecilidad, la
esperanza de una imposible liberación alcanzar … Una vez más,
corteses, los dedos de Beom Seok Kim aproximan el encendedor de metal dorado
con sus iniciales grabadas en coreano al temblequeante extremo del cigarrillo
donde el tabaco rubio se ofrece a la combustión de la pequeña llama de gas
azulada, que esta vez ilumina los ojos verdes, hermosos, llorosos, del agente
capturado del FBI Daniel di Lorenzo; de alguna manera, en su estupor, intuye
que su final, muy cruel, se acerca, e intenta calmar su ansiedad con unas
primeras, débiles caladas al cilindro del cigarrillo que pende en sus labios,
entreabiertos. Sus inhalaciones son débiles, parecen insuficientes para
llevar el humo a sus pulmones, pero Danny aspira el humo de este especial
tabaco americano como el condenado a muerte que ingiere su último alimento.
Le trae, además, el sabor de casa, su nariz absorbe el aroma de un hogar al
que ya, nunca más, regresará, a no ser en un ataúd de cinc, en forma de
desmembrados, incompletos restos … -
Are you feeling better, now, Danny …? -
Yeah, s-sir … thank you, s-sir … -
Do you feel at home, now? … -
Yeah … a lil´bit … thank you, s-sir …
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