El cazador de recompensas

 

 

 Los tres hombres salen a caballo y emprenden la marcha a lo largo de la explanada que remonta el valle siguiendo el curso del río. El sol ha aparecido apenas por detrás de las montañas y proyecta las sombras alargadas de los jinetes sobre el terreno. Paul y Lou Exter les ven alejarse. Cuando desaparecen tras doblar la curva de la explanada, Paul se quita el cigarro de la boca, expira un poco de humo y dice, sonriendo:

-            Brian Burnt está jodido.

 Lou asiente, pensativo.

-            Esperemos. Ese cabrón ya liquidó a Martin, que no era un hombre desprevenido.

Paul sacude la cabeza, resoplando. Está acostumbrado a las dudas de Lou, pero como siempre lo fastidian.

-            Son tres, Lou. Esta vez lo joden.

-            Ese tipo es duro de pelar.

 Paul arroja al suelo la colilla del cigarro, irritado. La aplasta con el tacón y entra en la casa, sin decir nada más. Su hermano es un miedica. Sus hombres son tres y no son estúpidos. Sabrán joder a ese cabrón. Burnt es hombre muerto. Esta vez su cadáver balanceará colgado de un árbol, con un bonito tajo entre las piernas, y todos podrán ver el fin que les espera a quienes se atrevan a enfrentarse a ellos. A esos colonos se les bajarán los humos. Esta noche o como máximo mañana habrá un hijo de puta menos en el condado y nadie se atreverá a cruzarse de nuevo en el camino de los Exter. 

 

 Brian Burnt cabalga a lo largo del sendero que lleva hasta su casa, la cabaña de leña que se ha construido él solo en el bosque, en la pendiente de la montaña. Brian mira a su alrededor. Olmos, robles, fresnos, arces, alerces … están asumiendo el colorido del otoño: al verde se mezclan el amarillo, el marrón y el rojo, en una gran paleta de colores que el sol de la tarde temprana enciende. Pero la mirada atenta de Brian no se detiene en la sinfonía polícroma del otoño, por mucho que él ame el bosque, y recorre el paisaje sólo para detectar potenciales amenazas. Brian está vigilante, sabe que debe estarlo. Desde que se ha puesto al lado de los pequeños propietarios del valle, defendiéndolos de los matones de los Exter, su vida no vale mucho. Los Exter quieren hacérselo pagar y antes o después lo conseguirán: Brian es consciente.

 Los Exter son ganaderos y tienen una propiedad muy extensa, pero quieren hacerse con más tierras, para sus animales. Están convencidos de poder hacer todo lo que quieran, porque son ricos y el sheriff está de su parte, y por eso han decidido apoderarse de las tierras de los colonos. Primero han mandado su ganado para estropear las cosechas, y cuando los agricultores han protestado, sus esbirros han hecho, a su vez, su parte. Brian se ha metido por medio. Los Exter le han ofrecido una gran cantidad, para atraerlo a sus filas, más dinero del que Brian había visto jamás en toda su vida, pero Brian la ha rechazado. No se ha vendido jamás y no tiene intención de hacerlo ahora, a sus cincuenta y seis años. Brian se ha convertido en un blanco. Han intentado ya asesinarlo, pero el hombre que mandaron para hacerlo ahora se pudre bajo tierra.

 Brian no tiene ninguna intención de marcharse. Se quedará aquí, sabiendo bien que antes o después lo matarán: si quieren tenderle una emboscada, este es el terreno idóneo, porque seguramente por aquí debe pasar. En la cabaña es difícil que lo esperen. Allí están los perros y para que no delaten la presencia de extraños, deberían matarlos; pero si al llegar a casa los perros no le salen al encuentro, Brian sabrá que hay alguien esperándole y que, con toda seguridad, no es un amigo.

 Brian deja de seguir el rastro, en cambio conduce al caballo fuera del sendero, ascendiendo. Se detiene, algunas veces. Le parece como que hubiera un silencio sobrenatural en el bosque. Quizás sea sólo una impresión, pero podría ser otra cosa.

 Brian desciende del caballo y ata el animal a un tronco. Después vuelve a bajar la pendiente, moviéndose con cautela, en perfecto silencio. Prosigue al resguardo de las matas y los árboles y alcanza un lugar desde el que puede dominar el valle. Oculto tras una roca, controla con cuidado todo el área que se extiende bajo él. Su atención se concentra en algunos arbustos y en un tronco abatido, hay alguien ahí. Brian se desplaza de nuevo, hasta un punto desde el que puede ver bien: son dos hombres con fusiles, apostados sobre el sendero que conduce hacia la cabaña, dispuestos a disparar al que pase, dos cazadores esperando la aparición de su presa. Brian sabe muy bien que es él, y no otro, el animal salvaje que estos depredadores están esperando. Si lo sorprendieran, llevarían su cadáver al valle y lo dejarían colgando de un árbol, después de haberlo castrado: Paul Exter se lo prometió después de que Brian rechazara el sueldo que le ofreció, a cambio de pasarse a sus filas. Y Paul Exter es alguien que mantiene sus promesas, un hombre de palabra. Otra cosa positiva de él, Brian no sabría decirla, pero esto se lo debe reconocer.

 Brian controla de nuevo: nadie ha dicho que los dos hombres estén solos. Y en efecto, al otro lado del sendero se entrevé un tercer hombre. Una emboscada en toda regla.

 Brian desciende silenciosamente: es un cazador, mejor que estos que ahora quieren cazarlo a él, y sabe desplazarse por el bosque sin hacer ruido. Los dos hombres le dan la espalda y no pueden verlo. Brian permanece al resguardo de los árboles, para evitar que el tercero se aperciba de su presencia, pero este, al igual que los otros dos, está concentrado en el sendero y no mira hacia arriba.

 Cuando finalmente Brian se coloca tras las espaldas de los dos hombres, dice, en voz baja, pero de modo que los dos lo puedan escuchar:

-            Estáis en la posición equivocada.

 Los dos se vuelven, pistola en mano, pero antes de que tengan tiempo de apretar el gatillo, Brian dispara. Brian es un tirador excelente: uno, alcanzado en el corazón, muere inmediatamente, el otro, con un agujero en el pecho, se retuerce en tierra durante unos segundos, antes de que su cabeza caiga de lado, vomitando sangre.

 Brian se acerca, comprueba que los dos están, efectivamente, muertos, y se acuclilla junto a los cadáveres. Un momento después, escucha la voz del tercer hombre.

-            Lee, Mark, ¿habéis disparado vosotros?

 El tipo no pudo haber escuchado las palabras de Brian y, al no haber visto a nadie en el sendero, debe haber pensado que son sus compañeros los que han disparado, pero no entiende el motivo.

 Brian calla. El hombre grita de nuevo:

-            Lee, Mark. ¿Dónde estáis?

 Brian no puede verlo, pero sabe en qué dirección se encuentra y cómo puede desplazarse. En silencio, tiene bajo control los árboles entre los que el hombre aparecerá, si viene desde su dirección.

 En poco tiempo, lo ve asomarse para mirar y después atravesar a la carrera el sendero. El hombre asciende por la pendiente, desplazándose con rapidez: no está seguro de que hayan sido sus dos compañeros los que han disparado y prefiere no correr riesgos. Brian sonríe: piensa escapar de esta manera …

 Cuando el hombre asoma la cabeza desde detrás de un árbol para mirar en su dirección, Brian dispara y ve un agujero rojo abrirse en la frente de su adversario.

 Brian se queda quieto. Los tres que querían matarlo están muertos, pero nadie ha dicho que no haya otros. Los disparos han hecho callar a los animales, pero tras pocos minutos vuelven a sentirse de nuevo los ruidos del bosque. Brian escucha con atención, mientras escruta el terreno a su alrededor, por debajo de él, por encima de él. Nadie.

 Sólo después de una media hora, Brian se levanta. Busca los caballos de los tres. Tiene una idea bastante precisa de dónde pueden haberlos dejado, y en efecto los encuentra en el pequeño claro escondido en un surco lateral: el mejor lugar para dejar las cabalgaduras sin correr el riesgo de que quien suba por el sendero las vea.

 Brian toma los caballos y carga los tres cadáveres. Podría hacerles a los tres el servicio que sin duda ellos le habrían hecho a él, pero Brian no tiene ninguna intención de ponerse al nivel de los Exter.

 Al atardecer dos colonos ven tres cuerpos en el camino que lleva a Red Lake. Descienden de los caballos y los observan.

-            Este es Lee, uno de los hombres de los Exter.

-            Los otros dos también trabajaban para los Exter. No sé cómo se llamaban, ese de ahí quizá sea Peter, pero sus nombres no tienen ya importancia.

-            No. ¿Estás pensando lo mismo que yo, Jack?

 Jack asiente.

-            Estos cabrones querían joder a Brian, pero han recibido lo que se merecían.

-            ¿Crees que los Exter se darán por vencidos?

-            No, esos no son de los que se dan por vencidos. Saben que si joden a Brian, podrán jodernos a nosotros como quieran.

-            Ya. Pero joder a Brian no es tan fácil. Afortunadamente para nosotros.

 

 La noticia corre como la pólvora por todos los ranchos de los colonos, y es acogida con gritos de júbilo, pero a la granja de los Exter llega sólo por la noche, llevada por uno de sus vaqueros que ha bajado al pueblo por la mañana y regresa ahora. El hombre llega a la casa de los Exter. Lou y Paul están en el porche. Esperan el regreso de los tres sicarios. Al ver que no llegaban, Lou se ha puesto nervioso, y ya teme lo peor. Paul está tranquilo: sabe muy bien que Brian Burnt no tiene horarios, quizá ha vuelto a casa por la noche o se ha quedado a dormir al aire libre y no volverá hasta mañana. No hay motivo para preocuparse. Como es habitual, el nerviosismo de Lou le fastidia.

 El semblante serio del vaquero despierta las alarmas de los dos hermanos. Lou piensa de inmediato en lo peor. Paul se dice que podría tratarse de otra cosa, de un ternero muerto, de un enfrentamiento con un colono. Pero la noticia es justo la que ambos temían:

-            Han encontrado a Lee, Mark y Peter en el camino que lleva a Red Lake. Los han dejado secos, a los tres. Dicen que debe haberlos matado Burnt, pero nadie ha visto nada.

-            ¡Mierda!

 Paul se ha levantado de un salto. Por un momento Lou piensa que va a arrojarse sobre el vaquero y también éste debe tener la misma impresión, porque retrocede dos pasos, con una expresión despavorida en el rostro.

 Paul se controla. Pregunta algunos detalles, después ordena a tres hombres que vayan a recuperar los cuerpos, blasfemando.

 Cuando se quedan solos, Lou hace una observación:

-            Te lo he dicho, Paul, ese cabrón es un hueso duro de roer.

 Paul salta, furioso.

-            ¡Me cago en Dios!  ¡Te lo he dicho!  ¡Te lo he dicho!  ¿Qué coño piensas hacer?  ¿Renunciar?

 Lou no sabe bien qué decir. Se queda en silencio un momento. Después Paul dice, lentamente:

-            Esta vez vamos a buscar a uno que sepa hacer su trabajo. Brian Burnt es hombre muerto, te lo garantizo: lo encontrarán colgando de un árbol, sin polla y sin cojones. Es sólo cuestión de tiempo.

 

 En el valle los colonos están eufóricos. Para los Exter ha sido un golpe brutal.

 El día siguiente, por la tarde, Sam llega a la cabaña de Brian. Sam tiene veinte años. A Sam le gusta mucho Brian. Tal vez muchos no pensarían en Brian como un hombre guapo, pero lo cierto es que es un macho como Sam no ha visto otro en su vida. Al comienzo del verano Sam lo ha mirado mientras se bañaba en el río con algunos colonos. Lo ha observado a placer. Cabellos y barba grises, como la pelambrera abundante que le cubre el pecho, el vientre y el culo. Una polla grande y gorda, un par de gruesos cojones. Algunas cicatrices en los brazos, en el torso, en las piernas, una incluso en el rostro. Sam tenía la garganta seca y la polla dura. Tuvo que vestirse a toda prisa para ocultarlo, pero no conseguía despegar los ojos de Brian, que naturalmente terminó por darse cuenta. Cuando salieron del agua, Brian se le acercó y le preguntó si quería ir con él al viejo granero de los Horbert. Una propuesta tan directa que dejó un poco estupefacto a Sam, pero Brian no es tipo de andarse por las ramas. Sam, por cierto, no se echó para atrás.

 Desde entonces han follado otras dos veces. Brian es un excelente semental. Y esto le gusta a Sam.

 Brian está en la puerta, el fusil en la mano: los perros le han advertido que alguien llegaba.

 Sam lo saluda, lo felicita y asegura:

-            Después de esta humillación, los Exter bajarán la cresta.

 Brian sacude la cabeza: sabe muy bien que será sólo una tregua. Antes o después la sentencia de muerte que los Exter han pronunciado será ejecutada.

-            Olvídate, Sam, eso no va a pasar. Esa no es gente que se rinde fácilmente.

-            ¡Pero has matado a cuatro de sus hombres!

-            Tienen dinero para pagar a todos los hombres que quieran.

 A Sam la respuesta de Brian le deja estupefacto, pero no insiste. Ha venido para otra cosa y el deseo apremia.

 Sam propone:

-            ¿Lo celebramos, Brian?

 Brian suelta una carcajada. Sabe muy bien cómo Sam quiere celebrarlo. Sam tiene un buen cuerpo, fuerte y bien proporcionado, y toda la belleza de sus veinte años. Brian podría preguntarse, perplejo, cómo un viejo oso como él puede gustarle a un guapo muchacho, pero la experiencia le ha demostrado que a menudo los jóvenes se sienten atraídos por él. A Brian no le atraen especialmente los muchachos, pero no tiene compañero y la idea de follar con un joven hermoso no le desagrada.

-            Está bien. Vamos para dentro.

 Brian cierra la puerta. Sam se desnuda a toda prisa: está impaciente. Brian se quita la ropa con movimientos lentos y precisos, como hace siempre. Brian nunca tiene prisa. Mira a Sam, ya desnudo frente a él, el rostro enmarcado por su barba rubia, los hombros anchos, bien torneados, el vientre plano y cubierto de un vello fino y claro, los brazos y las piernas musculosos. Hermoso, sin duda, aunque no sea el tipo de hombre que Brian desea de verdad.

 Sam se tiende en la cama y separa las piernas.

-            Date prisa, Brian. ¿Cuánto tiempo vas a hacerme esperar?

 Brian sacude la cabeza. Apoya las manos en las nalgas y las separa. Le gusta sentir cómo la carne dura cede a la presión de sus manos. Observa la apertura que se ofrece. Escupe, después con dos dedos extiende un poco de saliva. Cuando entra un dedo, Sam gime.

 Brian apunta con la polla, ya tiesa, y la empuja dentro, lentamente. Sam gime más alto, ahora.

-            ¡Sí, Brian, sí!

      Brian avanza todavía, hasta el fondo. Deja a Sam el tiempo necesario para acostumbrarse a su poderosa maza, después da inicio a la cabalgada, que dura largo tiempo. Brian es un bravo semental y Sam una jaca fogosa: trote y galope se alternan y Sam gime cada vez más fuerte, hasta que suelta un grito ahogado y se corre. Entonces Brian acelera el ritmo y después de algunas embestidas vigorosas se corre dentro del culo de Sam.

 Brian sale y se tiende junto a Sam. Apenas caben los dos en el lecho, yaciendo uno al costado del otro.

-            ¡Joder, Brian!  ¡Qué maravilla!

 Brian sonríe, Sam se levanta y se viste, después se va. Brian lo observa desaparecer entre la arboleda, siguiendo el camino que lleva hacia el pueblo. Se pregunta qué sentido tiene lo que ha hecho. Pero es una pregunta absurda. Está bien así. Tenía ganas de follar, como tenía ganas Sam.

 Brian ha conseguido muchas cosas en la vida. Pero no un compañero. Está acostumbrado, sin embargo, a la soledad y sabe bien que en la vida nadie tiene todo lo que desea.

 Brian acaricia a los perros. Después sale de la cabaña y mea contra un árbol. No se ha vestido. Le gusta estar desnudo, aunque el aire del otoño es fresco. No siente el frío, está acostumbrado a los gélidos inviernos de las montañas. Juega un momento con los perros, después entra y comienza a vestirse.

 Sale de nuevo por la puerta de la cabaña. El viento arranca de los árboles algunas hojas ya secas y las hace girar en remolinos durante un buen rato, las arrastra incluso a lo lejos. Otoño. Otro invierno se acerca. Brian sabe que no verá su final, es posible que ni siquiera su comienzo. Los Exter actuarán, antes de que llegue la nieve. No habrá otra primavera para Brian. Pero ya ha vivido bastantes. Intentará, eso sí, vender cara la piel.

 

Pasan los días y no sucede nada. Ha pasado un mes ya desde la emboscada. Brian no baja la guardia. Los Exter no renunciarán. El único modo de obligarles a darse por vencidos sería matándolos. Pero tienen tantos secuaces a sus órdenes y Brian está tan solo: ninguno de los colonos se atrevería a participar en una expedición contra los Exter. El riesgo de dejarse la piel en la empresa es demasiado alto.

 

Lou y Paul observan al jinete alejarse en dirección a la montaña. Cabalga lentamente. No parece tener prisa.

Cuando el hombre desaparece al tomar la curva, Lou mira a su hermano.

-            ¿Saldrá todo bien, esta vez?

-            Por supuesto que saldrá todo bien. El Holandés sabe lo que hace. Ha liquidado a varios bandidos, gente que no tenían menos agallas que Burnt.

-            Sí, pero Burnt ha matado a cuatro de los nuestros, a tres de un solo golpe.

 

 Paul hace una mueca de hastío. Algunas veces Lou es insoportable, con ese miedo suyo a que a que las cosas puedan salir siempre mal.

-            Lo matará, te lo aseguro.

Después añade:

-            Lo peor que puede pasar es que se maten el uno al otro. En ese caso nos ahorraremos una buena cantidad de dinero.

Paul ríe. Si el cazador de recompensas la palmase de verdad después de haber liquidado a Burnt, eso que habrían ganado, pero el Holandés no es un tipo que se deje joder fácilmente.

-            ¡Ya!  La verdad es que se vende muy caro. ¿Deberíamos pagarle?

-            Lou, intenta razonar. ¿Crees de verdad que podemos hacer otra cosa que no sea pagarle?

Lou sacude la cabeza. Sabe muy bien que sus pieles no valdrían un centavo si no cumpliesen lo pactado. Tendrían que matarlo, si decidieran no pagarle. Pero es uno de los mejores pistoleros del condado.

-            No. Sé que debemos pagarle.

-            Entonces preparemos el dinero. Está bien gastado.

 

 Brian está regresando a la cabaña. De vez en cuando escruta el cielo: grandes nubes negras se agolpan sobre su cabeza y en poco tiempo comenzará a llover. Con toda seguridad nevará en la montaña: el otoño cederá rápidamente su puesto al invierno. Las primeras nieves han blanqueado ya las cumbres, pero hoy  nevará probablemente incluso en zonas más bajas, sobre los bosques de alerces y abetos. La nieve no llegará, en cambio, a la cabaña: aunque la jornada sea fría, es difícil que nieve tan bajo.

 Brian acaba apenas de formular este pensamiento cuando la lluvia comienza a caer, aumentando rápidamente en intensidad.

 Brian no espolea al caballo: prefiere moverse con cautela, controlando el terreno a su alrededor.

 Cuando está a punto de llegar al claro, Brian divisa al jinete. Detiene el caballo y lleva la mano a la pistola: el hombre no es de estos lugares, no es uno de los esbirros de los Exter que Brian ha tenido ocasión de conocer, pero la prudencia no está nunca de más. Brian lo observa con atención. El hombre es más bien corpulento, pero se mueve a caballo con agilidad. El sombrero impide a Brian verle bien la cara, enmarcada por una espesa barba gris y negra. El jinete no parece haberse percatado de su presencia. Está recorriendo el sendero al borde del torrente, un poco más abajo respecto al lugar en el que se encuentra Brian: una elección que revela claramente su escaso conocimiento de aquellos lugares. Nadie sigue ya ese viejo camino, porque un poco más adelante el terreno cae en pendiente y el riesgo de resbalar y terminar en el agua es importante.

 Brian se pregunta si debe avisar del peligro al desconocido, cuando un oso pardo aparece, a pocos metros del jinete. El caballo se encabrita con un movimiento brusco, arrojando de la silla al jinete, que cae a plomo y va descendiendo rápidamente, dando vueltas, hacia el torrente, y termina en el agua. El oso no se aleja, todo lo contrario: desciende hasta una roca al borde del torrente. Parece determinado a lanzarse sobre el hombre, que agita los brazos, en un punto en el cual la corriente del agua forma una poza. Quizá sea una hembra con sus cachorros. O tal vez sea tan sólo un macho irritable.

 Brian ha apuntado ya el fusil. Es un excelente tirador, y cuando dispara el animal suelta un bramido y cae, terminando en la poza. Brian desmonta rápidamente del caballo y desciende hacia la ribera, por donde el jinete descabalgado está subiendo fatigosamente. El hombre ha conseguido salir de la poza, pero resbala en el fango y vuelve a caer al agua, soltando una vigorosa blasfemia. Apoyándose en una rama, Brian le tiende la mano. El hombre se aferra a ella y consigue, finalmente, salir.

-            Gracias.

 Brian puede verle ahora bien la cara. Debe tener unos cincuenta años, más o menos. Un rostro ancho, enmarcado por la espesa barba. Los cabellos son negros, con bastantes pelos blancos, los ojos de un azul muy intenso.

 Cuando consigue finalmente llegar al sendero, el hombre se inclina para recoger el sombrero. Intenta limpiarlo, pero está cubierto de fango.

-            ¡Mierda!

-            ¿Todo bien?

  Vista la situación en que se encuentra el hombre, empapado y cubierto de fango, probablemente todavía dolorido por la caída, la pregunta es incongruente. Brian se da cuenta y le sale una sonrisa. El hombre sacude la cabeza con una mueca y responde:

-            Digamos que estoy todavía vivo, gracias a ti. En cuanto a lo demás, podría ir mejor. Mucho mejor. ¿Has visto dónde coño ha terminado el caballo?

-            No debe estar lejos. Te ayudo a buscarlo.

-            Gracias también por esto. Me llamo Douglas.

-            Me llamo Brian.

Brian observa las huellas en el fango.

-            Mira, cojo el mío y voy a recuperarlo. Tú espérame aquí.

     Seguir las huellas que el caballo ha dejado no es difícil. En pocos minutos Brian llega hasta donde está el animal, que le deja aproximarse, agarra las riendas y vuelve con Douglas.

-            Gracias. Me has salvado del oso, me has sacado del agua y has recuperado mi caballo. Si además me dices dónde puedo secarme, no moriré congelado y te lo podré agradecer mejor.

   Brian sonríe.

-            Ven conmigo. Vivo no lejos de aquí.

   Douglas monta de nuevo su caballo. Pocos minutos después los perros les salen al paso corriendo y en breve llegan a la cabaña de Brian, en la linde del bosque. Brian desciende del caballo y lo ata bajo un techado que ha construido como resguardo para el animal, a un costado de la cabaña. No es un espacio muy amplio, pero en él caben los dos caballos. Brian lo despoja de las riendas y la silla y Douglas hace lo propio con su caballo.

-            Ahora entramos y te podrás secar, pero primero tengo que mear.

 Brian se pone contra un árbol y se saca la polla. Douglas se pone a su lado.

-            Buena idea, Brian. Yo también tengo ganas.

 Brian ha empezado a mear. Lanza una mirada a Douglas y observa que Douglas tiene una polla magnífica. Alza los ojos y encuentra la sonrisa de Douglas. ¿Socarrona?  Tal vez.

 Cuando los dos han terminado de mear, entran en la cabaña. Es una construcción sólida, consistente en una sola pero amplia habitación. Hay una chimenea, la única parte construida en piedra: las paredes están formadas por troncos cuadrados.

 Brian se inclina y enciende el fuego en la chimenea.

-            Puedes desnudarte y dejar la ropa para que se seque en la silla.

-            Gracias, Brian. No veía la hora de quitarme esta ropa de encima. Me estoy congelando.

 Brian se quita el sombrero y la chaqueta, que cuelga de un gancho. No quita los ojos de Douglas mientras éste se desnuda: está acostumbrado a estar prevenido. Douglas está ya en camisa. Se desabrocha el cinturón con las pistolas y lo coloca sobre la mesa. Brian ve una correa ajustada al hombro. Cuando Douglas se la quita, Brian ve que sostiene un largo cuchillo que el hombre llevaba a la espalda: Douglas va bien armado. Coloca el arma sobre la mesa y después se despoja de la camisa, las botas y los pantalones. Coloca las botas junto al fuego, la camisa sobre el respaldo de la silla y los pantalones sobre el asiento, después se despoja también de los calzoncillos. Ahora está desnudo y sonriente. Brian puede verlo todo. Observa el pecho y el grueso vientre sobresaliente, cubiertos de un vello fino, el magnífico pollón, los cojones, gruesos y peludos.

 Brian tiene la garganta seca. Douglas es el tipo de hombre que le gusta: un oso hermoso que hace que la boca se le vuelva agua, tanto más cuanto hace un mes que no folla.

 Después de haberle dejado un buen rato para contemplarlo, Douglas se sienta en el suelo junto al fuego, dándole la espalda.

-            ¡Joder, qué maravilla!  Era justo lo que quería. Si además me das un cigarro, ya será perfecto.

 Brian saca un cigarro del bolsillo interior de la chaqueta, lo prepara y lo enciende, después se le ofrece a Douglas. Éste sonríe.

-            Diría que estoy muerto, despedazado por el oso o ahogado en el torrente, y que he terminado directamente en el paraíso. Pero que yo termine en el paraíso no puede ser posible, por lo cual debo estar todavía vivo.

Douglas ríe, una gran carcajada que transmite alegría. Pero Brian está turbado. Este cuerpo desnudo atiza las llamas de su deseo.

 Douglas lo mira, le guiña un ojo y dice:

-            ¿Tú no te desnudas, amigo?  No has terminado en el agua como yo, pero tu ropa tampoco está seca.

 Brian asiente. ¿Hay en la sonrisa de Douglas algo que da a sus palabras otro significado o Brian sólo se lo está imaginando?

 Brian se quita el cinturón, después se desnuda lentamente. Los calzoncillos están secos y no habría motivo para quitárselos, tanto más cuanto que Brian sabe que tiene la polla a media asta, pero termina igualmente despojándose de ellos y se sienta al lado de Douglas: Brian no está acostumbrado a mentir, a ocultar su deseo. Se enciende un cigarro y se queda quieto mirando fíjamente el fuego en la chimenea y disfrutando del calor que acaricia su piel. No vuelve la cabeza para mirar a Douglas: no quiere que la polla se le empalme completamente.

 Permanecen durante un buen rato así, sentados en el suelo, calentándose al fuego de la chimenea.

 Al cabo de un rato, Douglas se gira de tal manera que da la espalda al fuego y se desliza un poco hacia la chimenea.

-            Es hora de calentar un poco la espalda. Lo malo de las chimeneas, es que por una parte te cuecen y por la otra tienes frío.

  Brian asiente, sin decir nada. Mira las llamas que bailan. Su mente se pierde en recuerdos lejanos y pensamientos vagos. Es la voz de Douglas la que lo saca de su ensimismamiento.

-            Yo diría que para estar en el paraíso sólo falta una cosa.

 Brian vuelve la cabeza hacia Douglas y lo mira fíjamente. Ha comprendido, pero pregunta:

-            ¿Qué cosa?

-            Un buen macho con el que follar.

 Brian no baja la mirada. No responde enseguida. Mira a Douglas, a sus ojos azules. Después asiente, sin sonreír, sin decir nada: le parece que no está en condiciones de hablar.

 Douglas se acerca, con una ligera presión empuja a Brian para que se tienda sobre su espalda. Brian ve que Douglas tiene la polla dura. Sonríe. Douglas se tiende sobre él, Brian siente el peso, que lo aprieta sobre el pavimento. Es una sensación placentera. Brian puede sentir contra el vientre la polla dura de Douglas. La suya no está menos dura. Douglas le pasa una mano sobre el rostro, entre los cabellos, después se arquea y, sosteniéndose con la derecha, con la izquierda acaricia el pecho de Brian. Su mano se recrea en la espesa pelambrera blanca que lo recubre.

-            Me pones a cien, Brian.

 Brian asiente.

-            Tú también me gustas mucho, Douglas.

 Douglas se echa hacia atrás y se coloca de rodillas, la espalda contra el fuego. Sus manos recorren el cuerpo de Brian, se recrean en los ojos, en el cuello, se deslizan por el pecho y el vientre, acarician la polla, la agarran, después sueltan la presa. La izquierda envuelve los cojones y los aprieta, con fuerza, la derecha se desliza por detrás, agarra la carne, araña la piel y después se coloca en la apertura. Brian se sobresalta cuando Douglas le mete un dedo en el agujero: el movimiento ha sido brusco, pero Brian sabe que de Douglas no puede esperarse delicadeza. También las caricias de este macho fuerte y decidido son brutales. Pero es precisamente esta brutalidad la que subyuga a Brian. Douglas empuja el dedo más a fondo. Brian gime. Douglas gruñe. Después sus manos se sueltan y con un movimiento rápido agarran a Brian y lo vuelcan sobre la barriga. Douglas le separa las piernas.

 Hace años que nadie ha cogido a Brian: en las relaciones que tiene con algunos hombres del valle, usualmente bastantes años más jóvenes que él, como Sam, es siempre él quien los posee. Pero ahora deja que Douglas le enfile dos dedos húmedos en el culo, preparando la apertura. La introducción es lenta, pero igualmente dolorosa. Brian siente nuevamente el peso de Douglas sobre él, que lo oprime. Y cuando Douglas, después de haberle dejado el tiempo de habituarse a su presencia voluminosa, avanza, lo hace con la violencia de quien toma posesión de aquello que le pertenece. Brian se sobresalta.

-            ¡Mierda!

 Pero está bien así. Brian tiene la sensación de haberse rendido a este hombre que ahora lo posee y incluso el dolor, fuerte, forma parte de esta sumisión completa, es su símbolo.

 Douglas ríe. Se queda un rato parado, después comienza su cabalgada. El dolor crece, en ondas que desde el culo se difunden por todo el cuerpo. Brian aprieta los dientes, pero tiene la polla dura y todo su cuerpo está en tensión.

 Douglas lo folla con gran energía y Brian se muerde un labio para no gritar. Sin embargo una parte de él quiere este dolor violento que, Brian se da cuenta con consternación, es al mismo tiempo placer, un placer que crece y le corta el aliento, que finalmente es lo más fuerte de todo y lo empuja a gemir sin pudor, sin control, sin retención, un gemir que es casi un gritar.

 ¿Cuánto dura la cabalgada?  Brian ha perdido cualquier contacto con la realidad. Le parece que Douglas lo esté follando durante horas y horas, que este peso gravite sobre él desde siempre, que esta mescolanza de dolor y placer sea toda la realidad.

 Al fin siente las embestidas volverse más violentas. Brian grita, Douglas gruñe, fuerte, tres veces. Brian siente el placer deflagar y grita aún más, mientras Douglas se va aflojando sobre él.

 Brian cierra los ojos. Durante largo tiempo fluctúa en un mundo de contornos vagos, oscilantes. El peso de Douglas sobre él, la polla de Douglas dentro de él, el calor del fuego, el dolor en el culo, una sensación de beatitud.

 Lentamente, muy lentamente, Brian reemerge. Abre los ojos y mueve la cabeza.

 Douglas le acaricia la cabeza, desliza una mano entre sus cabellos, después sale de él. Lo mira y sacude la cabeza, sin decir nada. Brian querría preguntarle qué está pensando, pero Douglas dice:

-            Me gustaría un buen café. ¿Soy de mucho pedir?

 Brian ríe.

-            Me parece que tengo ahí.

  Se levanta, prepara el café y lo coloca en el fuego.

 Douglas se ha sentado de nuevo ante la chimenea. Brian lanza una ojeada a la ropa del cazador de recompensas. Un poco de vapor se levanta. Se siente el olor de ropa mojada. Falta todavía un poco para que se seque.

 Se quedan en silencio mientras esperan el café. Brian observa a Douglas, abiertamente: con este hombre ha llegado tan lejos que sería ridículo disimular? Le mira la cara, los labios carnosos, la barba espesa. Después su mirada se desliza sobre el pecho, sobre el vientre, hasta la verga poderosa, que ya no está rígida, pero parece todavía llena de sangre. ¿Todavía u otra vez?  Brian se da cuenta de que su propia polla se está empalmando.

 Cuando el café está caliente, Brian lo vierte en las tazas y lo beben en silencio. Después Brian se levanta y coloca las tazas sobre la mesa.

 Vuelve a sentarse.

-            Me duele el culo una barbaridad.

 Douglas sonríe.

-            Lo lamento por ti, pero para mí ha sido una de las mejores folladas de mi vida.

-            También para mí. No estoy acostumbrado a dejarme encular, pero ha sido grandioso.

-            Sí, me he dado cuenta de que tu carne cedía con dificultad. Eso me la ha puesto todavía más dura.

-            Me parecía como si tuviera una maza de hierro en el culo. Una maza que hubiera estado mucho tiempo entre las llamas.

 Douglas ríe. Le guiña un ojo y dice:

-            Cuando quieras volver a probarla, podemos hacerlo. Siempre a tu disposición.

Brian sacude la cabeza.

-            Ahora por supuesto que no.

     Mira a Douglas, serio. Añade, mirándolo fíjamente a los ojos:

-            Pero ahora me gustaría metértela por el culo.

     Douglas asiente.

-            Por mí de acuerdo. Con un tío como tú, me parece bien.

   Sin decir nada más, Douglas se tiende sobre la espalda, al lado de la chimenea. Dobla las piernas y las separa.

 Brian mira el vientre prominente, la pelambrera oscura, la gruesa verga que está recuperando consistencia y volumen y se extiende a media asta, no rígida ya, pero aún amenazante. Mira los gruesos cojones peludos.

 Brian se coloca entre las piernas de Douglas, que las levanta y las apoya sobre sus hombros.

 Brian se escupe en los dedos y humedece la apertura. Después escupe de nuevo y envuelve el capullo en saliva. Tiene la polla dura y tiesa, ahora. Sonríe y la coloca contra el agujero. Aprieta y entra. Douglas se sobresalta y en su rostro aparece una mueca, pero vuelve pronto a sonreír. Brian avanza, enfilando la polla hasta el fondo. Douglas cierra los ojos. Es hermoso leerle en el rostro esta mezcla de dolor y placer que antes ha convulsionado a Brian. Una mano de Brian acaricia el pecho y el vientre de Douglas, después desciende hasta la polla. Brian da inicio a la cabalgada. Se mueve con decisión, sin consideración por Douglas: entre ellos no hay espacio para la delicadeza, Brian está follando a Douglas con fuerza, como Douglas lo ha follado a él. Sabe hacerle daño, pero sabe también que en el dolor está el placer.

 A intervalos, después de una embestida muy decidida, Douglas gruñe y el sonido incita a Brian a empujar con mayor fuerza. Sobre la frente de Douglas hay gotitas de sudor. La boca se abre muchas veces, como si le faltase el aliento. Brian empuja con mayor fuerza aún.

-            ¡Joder, Brian!

 Brian ríe y la cabalgada se vuelve cada vez más impetuosa, punteada por los gruñidos de Douglas. Al fin Brian se corre y por un momento le parece que el mundo se desvanece. Luego agarra la polla de Douglas y la aprieta brutalmente moviendo la mano hasta llevarlo al placer.

 Brian sale de Douglas y se tiende sobre él. Cierra los ojos. Douglas lo aprieta entre los brazos.

 Se quedan un buen rato así. Al fin Brian se suelta del abrazo y se levanta, para echar más leña al fuego.

 Se quedan ante la chimenea, en silencio. No tienen necesidad de palabras. Brian se siente bien. De vez en cuando mira a Douglas y le sonríe. Los pensamientos vagan perezosos, lánguidos, sin objetivo. Douglas revisa sus ropas, comprueba que algunas partes están aún mojadas, y las recoloca ante el fuego de modo que puedan secarse mejor.

 Más tarde Brian se viste, da de comer a sus perros y prepara la cena. Ya, incluso Douglas puede volver a ponerse su ropa. Mientras cenan intercambian pocas palabras.

 Brian sale a controlar los caballos. Ha dejado de llover. En el cielo hay ahora pequeñas nubes negras, pero se ven también algunas estrellas y la luna se alza sobre la cima del Great Tower Peak. Douglas sale y se coloca a sus espaldas, lo aprieta entre los brazos y permanece así, mirando al cielo. Brian se siente bien.

 Brian dice:

-            Una última meada por mi parte y después a la cama.

-            De acuerdo. Yo también.

Se colocan contra un árbol y mean los dos juntos. Brian mira los dos chorros de orina, que la luz lunar vuelve de plata. En la oscuridad sus rostros apenas se ven, pero a Brian le gusta sentir a Douglas a su lado.

 Después vuelven a entrar en la cabaña.

-            La cama es un poco estrecha para dormir dos, sobre todo con uno como tú, pero podemos hacerlo.

Douglas sonríe.

-            Sí, creo que sí.

 Se desnudan y se meten en la cama. Douglas aprieta a Brian entre los brazos. De nuevo Brian nota una sensación de bienestar profundo.

 

 A la mañana siguiente Brian se despierta entre los brazos de Douglas. La cabaña está fría, pero bajo las mantas se está muy bien y el cuerpo de Douglas transmite una placentera sensación de calor. Un hermoso despertar. Es hermoso también sentir contra el culo la verga de Douglas, dura como la piedra. Douglas duerme todavía y a Brian le gusta sentir su respiración de macho poderoso. Querría levantarse, mear, encender el fuego y preparar el desayuno, pero se siente muy bien así.

 Douglas se despierta poco depués. Le sonríe, lo vuelve sobre el vientre y se tiende sobre él. Brian siente la presión de la gruesa polla de Douglas contra el culo.

-            Déjame el tiempo de levantarme y mear.

-            No, ahora no.

 Todo sucede muy deprisa: Douglas le pasa un brazo en torno al cuello y aprieta, mientras con la otra mano le bloquea la cabeza. Brian tiene apenas tiempo de darse cuenta de que está jodido, antes de perder el conocimiento.

 

 Brian se despierta mientras Douglas lo está colocando con el torso apoyado en la mesa, los pies en el suelo. Se da cuenta de que tiene las manos atadas detrás de la espalda.

-            ¿Qué coño significa esto, Douglas?

-            Creo que ya has comprendido, Brian.

Brian ha comprendido. Ha comprendido que está a punto de morir.

-            Estás a sueldo de los Exter, ¿verdad?

-            ¿Ves cómo has comprendido?!

-            Hijo de puta.

Douglas ríe. Tiene una mano sobre la espalda de Brian, forzándolo a permanecer con el pecho sobre la mesa. La otra mano desciende a palparle el culo, recorriéndole la raja. Un dedo se demora en la apertura.

-            Me han encargado un trabajo y ahora lo termino. Te diré Brian: me pones a cien, eres un pedazo de macho. Por eso he dejado que me la metas en el culo y no es algo que haga a menudo. Y te voy a matar con gran placer. Me encanta matar y matar a un macho como tú … ¡joder!

 Matar transmite a Douglas sensaciones fortísimas y matar a un macho como Brian será un verdadero placer, como follarlo. Ahora está a punto de hacer las dos cosas y saborea los preliminares. La polla se le ha puesto ya dura y el índice atraviese prepotente en el agujero del culo de su víctima.

-            Eres un auténtico hijo de puta.

 Douglas ríe.

-            Me da placer que tú me lo digas. Sabes que estás a punto de cascar, pero no tienes miedo. Es otro motivo por el que me da placer matarte. No soporto a esos que lloriquean y suplican piedad.

 Brian no responde. ¿Qué podría decir ahora?  No queda nada que decir. Douglas lo follará con la polla – y esto le da placer, no puede negarlo – y después con la pistola o de otro modo. Es Douglas el que habla, confirmando el pensamiento que Brian no ha expresado:

-            Antes de matarte, te doy por el culo otra vez. Me gusta mucho tu culo.

Brian calla. Sentirá por última vez en el culo la polla de Douglas, de su asesino, antes de morir. Douglas prosigue:

-            Me has salvado la vida, y por eso te dejo elegir. ¿Cómo prefieres que te mate?  ¿Te disparo en la cabeza o en el culo?  ¿Te corto la garganta o te destripo?  ¿Te estrangulo?

 Douglas ríe. Le gustaría poder matar a Brian más veces, de todas las maneras que le ha indicado, incluso de otras. Un macho así, es una pena poderlo matar una sola vez.

 Brian sacude la cabeza. Nunca ha pensado que pudiera elegir cómo hacerse matar. Pero no le desagrada. Un tiro en la cabeza es la solución más rápida, pero con todo no le importaría sentir la propia muerte. Y quiere estirar la pata con la polla de Douglas en el culo, la polla de su asesino. Responde:

-            Estrangúlame. Axfísiame mientras me jodes.

-            Es una bella idea.

 Brian siente la polla de Douglas apretar contra el agujero del culo y después entrar con una única, violenta embestida. Hace esfuerzo por no gritar.

-            ¡Mierda!

 Douglas ríe de nuevo. Ha entrado con decisión deliberadamente: Brian está a punto de quebrar. Ayer estuvieron follando los dos, ahora el asesino folla a su víctima. 

-            Es una manera de prepararte.

Brian asiente. Es verdad. El culo le duele muchísimo y el dolor es más fuerte que el placer. Pero está bien así. Está a punto de estirar la pata, joder. No querría morir, pero visto que no pudo escapar, no le desagrada que sea Douglas el que lo haga. Si tienen que joderte, mejor que lo haga un verdadero macho.

 Douglas se retrae y avanza de nuevo. Procede sin prisas, durante un buen tiempo, con embestidas certeras. Brian piensa que su asesino es un excelente semental. El dolor en el culo es fortísimo, pero no tiene importancia: dentro de poco todo pasará, todo pasará. La polla no se le empalma: el dolor es demasiado fuerte. Es justo que sea así. Su asesino lo está jodiendo, y lo está haciendo muy bien.

 Una mano de Douglas se desliza bajo el cuerpo de Brian y le aprieta los cojones. Brian se sobresalta.

-            ¡Mierda!

-            Después te los cortaré, como me han dicho que haga. Pero lo hago después.

-            Muy bien.

 Douglas ríe y aprieta con fuerza. Brian siente el dolor que le corta el aliento.

-            ¡Mierda!

 Douglas sacude la cabeza y afloja la presión, después le pasa las manos en torno al cuello. Es casi una caricia, la presión es ligera. A Brian no le desagrada sentir las manos fuertes de Douglas apretar un poco. Puede respirar todavía. Lentamente los dedos aprietan más y más. Brian ahora respira con dificultad. Nota que la polla se le está empalmando. Está a punto de estirar la pata con la polla medio dura y otra polla, la de su asesino, gruesa, caliente y dura, en el culo. No está mal.

 El dolor crece. Brian se agita, pero el peso de Douglas lo aprieta contra la mesa y las manos están fuertemente atadas. En los pumones le parece tener un fuego ardiente. Querría gritar, pero no consigue emitir sonido alguno. El aire ha dejado de entrar, no puede ya respirar.

 De golpe la presión disminuye. Brian comienza a inspirar. Le duele mucho la garganta y el aire que inspira quema como si fuera fuego. Brian no entiende por qué Douglas ha aliviado la presión. Sabe que su asesino no ha cambiado de idea, que ante él sólo está la muerte. Y las palabras de Douglas lo confirman:

-            ¡Joder!  Estrangularte es una maravilla. Se me pone aún más dura. No quiero terminar demasiado deprisa.

 Brian consigue decir, a pesar del ardor en su garganta:

-            ¡Hijo de puta!

 Douglas ríe.

-            Me gusta, Brian, me gusta muchísimo. Estoy contento de poderte joder, matar, castrar.

-            Cabrón.

  Douglas aprieta de nuevo un poco. Brian respira con fatiga. Querría pedirle que acabase ya, pero calla. Ahora respira con dificultad, pero aún entra un poco de aire. La presión aumenta, las embestidas se vuelven más fuertes, más decididas. Hay un fuego en el culo y otro que desde la garganta desciende a los pulmones.

 La tenaza se vuelve más vigorosa. No entra aire ya. Ahora, ahora es el fin. El mundo se desvanece. Douglas aprieta con fuerza, mientras con una última serie de embestidas violentas el placer explota. Su calostro fluye por las vísceras del muerto, mientras la meada de Brian fluye abundante por el pavimento. 

 Douglas se afloja sobre el cuerpo sin vida de Brian. Ha sido bellísimo.

 Se retrae. Tiene la polla manchada de mierda. Toma la camisa de Brian y se la limpia: a él no le servirá más. Después toma el cuchillo. Sonriendo, empuja al suelo el cadáver de Brian, sobre el charco de orina, y lo vuelve sobre la espalda. Ve que Brian ha muerto con la polla medio dura. Eso le gusta.

 Se inclina, sonriendo.

-            Y ahora, la última parte. Tienes una hermosa polla y los cojones tampoco están mal. Espero que no te desagrade que te los recoloque en la boca.

 Ríe, agarra los genitales y acerca la hoja. Corta la polla y los cojones con un movimiento contínuo, después se los enfila en la boca, como le han pedido los Exter.

-            Has sido un gran macho, Brian, pero ahora ya no puedes hacer nada con la polla y los cojones. 

 Douglas carga el cadáver sobre el caballo de Brian. Mira el culo, del que le fluye un poco de calostro mezclado con mierda. Sonríe. Después vuelve dentro, se viste, ata las riendas del caballo de Brian a su silla, sale con su semental y llega al rancho de los Exter. Las luces están apagadas.

 

 Paul y Lou observan satisfechos el trabajo de Douglas. Paul agarra la cabeza de Brian por los cabellos y le escupe a la cara.

-            Has hecho un buen trabajo, Holandés.

 Douglas asiente.

 Le dan lo que han acordado. Luego Paul imparte las órdenes. Seis hombres llevan el cadáver de Brian al lado de la carretera que lleva al pueblo.

 Douglas ha puesto en la silla de su caballo la bolsa con la recompensa. Cuando pasa cerca del cadáver, se detiene a mirar a los hombres de los Exter. Están meando encima de Brian: en la cara, sobre el pecho, sobre el vientre, en el tajo de la herida.

 Douglas sonríe. Ni siquiera se atrevían a acercarse, pero ahora que el león de la montaña ha sido cazado por otro león, los coyotes salen de sus madrigueras. Ya no tienen miedo de sus zarpas, de sus colmillos.

 Los hombres intercambian bromas y risas junto al cadáver, después se alejan.

 Douglas mira el cuerpo del muerto. Asiente, sonríe y se aleja también.

 

 

Autor original italiano: Ferdinando

Traducción castellana-española: Carlos Hidalgo

 

 

 

 

 

 

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