En el baño turco

 

 

 Si la Señora supiese que uno de sus agentes ha ido dos veces seguidas al mismo lugar, estaría furiosa: es algo contrario a cualquier regla de prudencia. Pero Herman se pasa por los huevos cualquier regla de prudencia.

 Herman se desnuda, entrega su ropa al asistente y se ajusta la toalla en torno a la cintura. El asistente lo conduce a una estancia diferente a la del primer día, una salita mucho menos amplia, donde están sentados dos hombres. Pero el tipo no se detiene y lo acompaña a una segunda estancia, todavía más pequeña.

 Herman se pregunta si se trata de una deferencia con el cliente extranjero o de un desprecio, pero no le da mucha importancia. No le desagrada en absoluto quedarse a solas con el masajista en aquel lugar.

 Después el asistente sale. Herman ve que los dos hombres que estaban sentados en la otra estancia se marchan, murmurando. Estupendo: así no habrá nadie que le toque las pelotas. Herman espera que el masajista llegue pronto. Tal vez hoy que están en este lugar apartado …

 Está mirando al suelo, cuando ve los pies de dos hombres. Herman levanta la cabeza. Los dos están desnudos, pero no son clientes del local: uno de ellos lleva un cuchillo en la mano.

 Herman se ha puesto en pie rápidamente, dispuesto a afrontar a sus adversarios. Sabe que no tiene ninguna posibilidad: el lugar es demasiado estrecho, no hay escapatoria. Ha llegado el fin. El cabrón del propietario lo ha hecho acomodar en otra sala para que pudieran destriparlo sin testigos.

 Herman mira a sus dos asesinos, colocados uno al lado del otro. Uno es bajo y delgado, pero atlético. El otro es corpulento, y al menos una cuarta más alto que Herman. Debe ser fuerte como un toro, basta mirarle los brazos nervudos, peludos como las piernas y gran parte del torso y el vientre. Herman se dice que uno de sus asesinos es exactamente el tipo de hombre que le gusta. Bueno, si tiene que morir, que sea a manos de un hermoso macho vigoroso. El hombre sonríe con sarcasmo. Tiene la polla casi empalmada, apuntando hacia delante. Le gusta matar.

 También a Herman le gusta matar, pero esta vez no le toca el papel de asesino. Herman retrocede hacia la pared del fondo, la única que no tiene bancos. Con la espalda contra la pared hay apenas espacio de maniobra. Demasiado poco, lo sabe muy bien.

 Los dos avanzan lentamente, con sonrisa de hienas. Son expertos en lo suyo, pero están en guardia. Herman se mueve con rapidez, fijando la mirada en el más bajo de sus adversarios. Este esquiva con facilidad la patada que Herman dirige contra su rostro, pero mientras se inclina hacia un lado, un segundo golpe lo alcanza de pleno. Termina en el suelo, mascullando algo que podría ser muy bien una blasfemia.

 Herman ha saltado sobre un banco y consigue correr hacia la salida, pero el otro hombre lo intercepta cuando Herman desciende del asiento, a un lado de la puerta. Lo tiene encima, el cuchillo en alto, dispuesto a golpear. Herman le bloquea la mano con la izquierda y con la derecha le pega un puñetazo en el estómago, después le da un rodillazo en los cojones.

 El hombre gime y empuja a Herman contra la pared, inmovilizándolo con su peso. Le bloquea la muñeca derecha. El otro hombre se ha levantado, pero cuando el que tiene inmovilizado a Herman le dice algo, se detiene, sin avanzar.

 Herman no tiene más espacio para reaccionar. Sus cuerpos desnudos están pegados. Sus manos se bloquean mutuamente. Si no fuese porque está a punto de quebrar, a Herman no le desagradaría esta lucha, este contacto de sus cuerpos. No, no le desagrada, a pesar de la certeza de que va a morir, Herman siente que la polla se le pone dura. El hombre retrocede ligeramente y da un violento cabezazo contra el torso de Herman.

 Herman siente la violencia del golpe que le corta la respiración, pero no cede. El hombre retrocede de nuevo, tomando impulso. Herman intenta golpearlo con la pierna, pero el hombre lo esquiva y un segundo cabezazo y luego un tercero dejan al agente atontado. Ya no tiene fuerza para reaccionar. Está jodido. El hombre le arrea un rodillazo en los cojones. Herman grita de dolor. Se le nubla la vista. Debe reaccionar, debe golpear al hombre: si no, todo habrá terminado.

 Intenta usar una vez más su rodilla, pero el hombre aprieta de nuevo contra él su cuerpo macizo y le dice algo. Palabras que a Herman le suenan a sorna o amenaza. Entiende una sola palabra, que quiere decir “hijo de perra”.

  El hombre retrocede nuevamente y antes de que Herman, atontado por el dolor, consiga moverse, su rodilla golpea con mayor fuerza aún los cojones del agente. El grito de Herman sale ahogado de sus pulmones. La rodilla le ha machacado los cojones.

 El hombre suelta la muñeca derecha de Herman, que cae flácida, y con su izquierda comienza a golpearlo en el vientre y en el estómago. Sus golpes son mazazos: este hombre ha sido boxeador. Una, dos, tres, cuatro veces. Herman se asfixia, siente naúseas, pero no consigue vomitar. Su mano aprieta todavía la muñeca de su adversario, pero sin fuerza.

 Un puñetazo a la cara, luego un segundo, un tercero. La sangre le fluye abundante de la nariz, le cubre la boca, el mentón, el torso. Herman no puede sostenerse en pie. Sus brazos, sin fuerza, caen inertes. Las piernas se le aflojan, ceden.

 El hombre le arrea dos puñetazos más en el vientre, después deja que Herman se deslice flácidamente hacia el suelo. El olor a mierda impregna el baño turco: Herman ha perdido el control de los esfínteres.

 Ahora está sentado, la espalda contra la pared, el culo en el suelo, las piernas abiertas. Respira con fatiga, el dolor es atroz. Mira a su asesino, que jadea, pero sonríe: sabe que ha vencido. El otro hombre permanece detrás, inmóvil. Sonríe con sorna y dice algo.

 Herman sabe que no hay nada más que hacer. No hay más paradas: final de destino. Su asesino es un auténtico coloso, con una polla gruesa ya totalmente erecta, apuntando hacia delante. Sí, está bien, es el hombre perfecto.

 El asesino va recobrando el aliento, inspira y expira con calma. Mira a Herman, incapaz ya de defenderse, y sonríe. Dentro de poco lo destripará. La polla se le empalma más aún, y ahora apunta hacia lo alto, en vertical. Saborea con anticipación el momento en el que matará al agente.

 Herman recobra algo de fuerza y agarra una pierna del hombre, haciéndole perder el equilibrio. El hombre consigue mantenerse en pie y lo golpea en el rostro con la rodilla. El dolor hace que a Herman se le nuble la vista otra vez, y la sangre vuelve a manar abundante de la nariz. Dos patadas al vientre ponen fin a toda resistencia. Herman ya sólo puede emitir un sonido sordo, casi un gruñido. El hombre le asesta otro violento patadón, en los cojones esta vez. Herman ve cómo el local da vueltas a su alrededor, y casi se desvanece ante sus ojos, casi apagados.

 Mejor que Herman se hubiera ahorrado esa reacción inútil: incluso si hubiera hecho caer al hombre, no habría conseguido levantarse y huir antes de que uno de los dos lo bloquease: ya no tiene fuerzas.

 El hombre le agarra el cuello, desde atrás, y lo empuja hacia el suelo, boca abajo. Herman no tiene ya fuerza para reaccionar. Ondas de dolor se propagan por todo su cuerpo desde sus cojones, desde el vientre, desde la nariz. Herman respira con fatiga, pero está lúcido. Dentro de poco lo destriparán, como a un cerdo en el matadero. Ha llegado el momento. Y, absurda, siente la tensión en la polla, que se le llena de sangre y se le empalma. Matar le produce este efecto. También morir. Con la polla dura y como asesino un magnífico, poderoso macho en celo.

 Herman espera un cuchillo en la garganta, pero el hombre le abre las piernas, separándoselas. Hay mierda ahí, pero a su asesino no le importa. Quiere humillar al agente que tanto lo ha hecho sudar. Se tiende sobre él, se humedece la polla y con un empujón decidido encula a Herman.

 El cuerpo de Herman se estremece. Por última vez en su vida siente en el culo la polla de un macho. Es la polla de su asesino. Se dice de nuevo que es una buena forma de morir: apalizado, enculado y después matado por un macho vigoroso. No esperaba poder sentir una vez más una buena polla en el culo. Esta es gruesa, dura, fuerte. Como debe ser: es lo último que sentirá.

 Herman abre los labios: con fatiga le llama “hijo de puta” en árabe.

 El hombre le agarra la cabeza con las dos manos y le golpea la cara dos veces, con fuerza, contra el pavimento. Después comienza a follar, vigorosamente.

 A pesar del dolor atroz de los golpes recibidos, la sensación de esta polla que por última vez le perfora y le rompe el culo es grandiosa. Herman espera que el asesino le corte la garganta mientras lo encula.

 El hombre posee una energía desbordante y empuja con fuerza, se retrae y avanza, dilata y desgarra, jadeando. Herman siente en sus orejas el aliento afanoso del hombre, aspira el olor del sudor. El aliento de su asesino, el olor de su asesino.

 El hombre da aún unos empujones vigorosos y se corre con un bramido animal que retumba en el oído de Herman.

 El hombre extrae la polla del culo de Herman y se levanta. Herman siente el vacío, lo lamenta, hubiera deseado que permaneciese dentro, que lo sacrificara así.

 El hombre se mira la polla, cubierta de sangre y mierda. También sus cojones están manchados de mierda. Agarra a Herman por el cuello y lo fuerza a arrodillarse ante él. Herman no tiene la fuerza, ni la voluntad, para oponerse: es inútil, pero tampoco lo desea. Ha luchado hasta el fondo y ahora que no hay nada más que hacer, acepta lo que le toca. Se ofrece a su asesino.

 El hombre le grita unas palabras, señalándose la polla.

 Herman mira al hombre, sin comprender.

 El hombre le da un violento bofetón. Más sangre en la cara de Herman, esta vez le mana del labio. El hombre le atenaza la cabeza y la coloca junto a su polla. Repite lo que ha dicho.

 Herman mira la polla manchada de su sangre y de su mierda. La polla que le ha atravesado el culo. La polla de su asesino. Comprende. Entonces, asiente.

 Abre la boca y comienza a pasar la lengua. Limpia con cuidado, a pesar de que la sangre que fluye de la nariz y del labio vuelve a cubrir el sexo del hombre, pero Herman reemprende su tarea.

 El hombre ríe, feliz de su triunfo, completo. Herman prosigue su trabajo con mucho gusto. Nunca había probado su propia mierda, pero ahora por qué no, ahora que va a morir no tiene ya ninguna importancia. Y es placentero sentir en la boca esta hermosa polla.

 Herman limpia a fondo, puliendo el miembro. El hombre retrae la pelvis, lo extrae, controla la tarea realizada y sonríe. Lo mira, burlón. Después le acerca la polla a la boca y comienza a orinar. Herman bebe la orina de su asesino, esforzándose por ingerirlo todo.

 Cuando el hombre ha terminado, sonríe con sorna de nuevo y se vuelve hacia su compañero. Este se adelanta y orina él también en la boca de Herman. Después le hace una señal y Herman comienza a chuparle la polla.

 Servicio completo. ¡Antes de morir, en la boca y en el culo!

 Levantarse es una fatiga terrible, pero Herman consigue enderezarse. Ahora está frente a su asesino. El otro hombre se coloca a su espalda y le bloquea los brazos.

 Mientras habla, el hombre agarra la polla y los cojones de Herman. Herman sabe lo que le espera.

 El hombre comienza a cortar, con un único movimiento continuo le corta los cojones y la polla. Herman gime y se tambalea. El hombre lanza una cuchillada al vientre, después otra, y otra más. Cada golpe es una onda explosiva de dolor, más fuerte que la precedente, que se une a la anterior y la sobrepasa.

 Aún dos golpes más, uno al estómago, el último al corazón.

 El asesino mira el cuerpo de Herman que se desliza al suelo. El hombre tiene de nuevo la polla dura. Matar a este maricón ha sido algo grandioso.

 

 

Autor original italiano: Ferdinando

Traducción castellana-española: Carlos Hidalgo

 

 

 

 

 

 

 

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